martes, 19 de julio de 2011

Benavente: Plaza de la Madera.

Parte de la antigua plaza, en la que se celebraban mercados. Año 1950.
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Antiguos edificios del Hospital de Convalecientes y Asilo, que aún se conservan, sin apenas modificar, en la plaza.
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Los días de mercado no faltaban los puestos de melones y otras frutas y verduras. Año 1950.
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Aspecto que ofrecía la plaza en un día de mercado hacia el año 1950.
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Día del toro enmaromado. Al fondo se ve la casa que fue podada de Majo y la pensión Domitila.
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El toro enmaromado siempre pasó y sigue pasando por esta plaza.
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Hay una argolla en la plaza en la que sujetan al toro enmaromado, para que descanse.
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En la parte de la plaza, cercana a la iglesia de Santa María del Azogue, se celebraba el mercado de la lana.
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Plaza de la Madera en la actualidad. Año 2010.
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Se encuentra en el centro de la ciudad. Su nombre actual es el que tuvo siempre en el callejero oficial y tradicional y que responde a la actividad que en ella se desarrollaba, celebrar el mercado de la madera. Pero también recibió otros nombres, si no toda la plaza, sí una parte de ella, pues se llamó Plazuela de la Leña a la zona porticada que todavía existe frente a la puerta norte de la iglesia de Santa María, y Plazuela del Carbón a la zona frente a la puerta de Poniente de la misma iglesia, y que llegaba hasta la calle Sancti Spiritus. (Martín Benito, J. I. y Mata Guerra, J. C. “ Las Calles de Benavente”). Algunas de las imágenes nos confirman lo dicho al respecto.
Fue siempre amplia e irregular y gran parte de ella estaba porticada. Según los autores citados, en ella se formaban como varias plazuelas, corrillos o rinconadas dentro de la misma, de ahí los distintos nombres que tuvo según la utilización del espacio, (leña, carbón, etc.), como he dicho anteriormente.
Esta irregularidad de su espacio parece ser que se corrigió ya algo en el siglo XIX, pero sobre todo durante el siglo XX, al efectuarse en ella retranqueos y suprimir algunos edificios para hacerla más espaciosa, como la podemos ver en la actualidad.
En escrituras de compra y venta de inmuebles, propiedad de la Congregación de las Hemanitas de los Ancianos Desamparados, en el año 1918 se la nombra Plazuela de la Madera del Castaño, por el árbol que existía en la parte norte de la misma.
Durante la Restauración recibió el nombre de plaza de la Reina Victoria. En la II República y por acuerdo tomado en el año 1931 pasó a denominarse Plaza del Capitán García Hernández en memoria de uno de los militares protagonistas de la sublevación de Jaca de 1930 y fusilado en diciembre, junto al capitán Luis Sirval. Y ya el 26 de octubre de 1936 su nombre fue Plaza de Onésimo Redondo.
Por la imágenes antiguas podemos ver que en ella no solamente se celebraba mercados de carbón y madera, sino también, ocasionalmente, de hortalizas, verduras y frutas, y sobre todo el mercado de los cerdos. Todos lo jueves se llenaba el lugar de estos animales, de ahí que durante mucho tiempo se la conociese como Plaza de los Cerdos.
Alejandro Florez Redondo, es un benaventano de por vida. Está jubilado desde hace varios años y pasa una gran parte de su tiempo entre peñas del toro y otras asociaciones. Conoce, como pocos, y admira y respeta el pasado y las tradiciones de su ciudad. Además nació y vivió muchos años en la plaza, pues sus padres tenían una de las antiguas tiendas que había en ella, la de “Carbones y Piensos Alejandro Flórez”, que daba también a la actual calle santa Rosa.
Me cuenta con detalle cómo era, y lo que se guisaba en la plaza allá por la década de 1950-1960. Y lo hace mientras dibuja el plano sobre un papel:
“En la parte más próxima a la iglesia de santa María estaban las fondas de Eloisa Voces y Los Pastores. Esta última era una de las más famosas de la ciudad, pues además de disponer de comedor y barra de bar, tenía un amplio portalón con el piso de canto rodado. Los que venían al mercado y se acercaban a la fonda, dejaban en este portalón los sacos y demás impedimenta, durante la hora de la comida.
Estaban también en esta zona la panadería del señor Regino, (elaboraba y vendía un buen pan bregado), la pastelería Mariño, que después se trasladó a otra calle y la tienda de ultramarinos del señor Domingo, que después fue regentada por Felisina, muy concurrida ésta siempre por las variadas golosinas, exquisitas magdalenas, tartas de almendra y demás dulces caseros que vendía.
Y luego, ya más al norte, estaba la fonda Mañanes (especialista en callos, pulpo, y bacalao) y la posada Majo (antes Casa Cabero). Esta casa daba a la calle Sancti Spiritus y tenía un portalón en la planta baja, en el que los viajeros podían dejar las caballerías durante las horas del mercado. Encima de esta posada estaba la Pensión de la Señora Domitila, con habitaciones para dormir solamente, o en régimen de pensión completa. Y al lado, la barbería Balbino (navaja para afeitar y maquinilla para cortar el pelo eran los útiles de su oficio), y la zapatería de Joselín, que era un zapatero remendón. En esta zona en la que estaba la tienda de mi padre, había también dos comercios de ultramarinos muy famosos y muy conocidos por todos, porque vendían de todo, y a cualquier hora del día, e incluso de la noche, o de gran parte de ella. Eran los de José Pallares y Juan Yusto. Y no lejos de ellos el bar El Gallego, llamado así por proceder de esta región. Su dueño, aunque pasó mal algunos momentos de su vida, era componedor, (arreglaba cazuelas, sartenes, platos, etc.). Después, cuando tuvo posibilidades, puso el bar y le fue mejor”.
De los edificios antiguos que había en la plaza, en la actualidad tan sólo se conserva una parte del que era Hospital de Convalecientes de san José, posteriormente Asilo, precisamente la que da a la Plaza, frente a la puerta norte de Santa María, y en donde se encontraba la entrada al edificio y a la capilla. Parte del edificio era de una sola planta. Pertenecían a la Congregación Religiosa casi todas las casas de la manzana, cuya parte posterior llegaba a la actual Ronda Rancha. Precisamente el edifico en ruinas que hay en esta calle es el que tenían dedicado a la vaquería, según me comenta. Poco a poco se fueron vendiendo todas las casas, que posteriormente se destruyeron, para construir en su lugar nuevos edificios, debidamente alineados.
Alejandro, que recuerda muy bien cómo eran todas ellas, y mucho más al ver las fotos antiguas, me indica, incluso, quienes vivían en cada uno de ellas y a lo que se dedicaban. Y no quiere pasar por alto decirme que en el medio de la plaza había una fuente para el servicio público. Se compraban chapas o fichas que vendía la señora Leonor “La Rabadana”. Con ellas pagaban el agua que se llevaba para las casas. Las fichas podían ser de 10, 25 o 50 céntimos, e incluso de una peseta. Según la cantidad pagada se tenía derecho a más o menos agua. La señora Leonor daba una llave para abrir el pozo y coger el agua. Ella anotaba lo que a cada uno correspondía según las fichas compradas. Esto ocurría en donde todavía el agua no llegaba a las casas. La última fuente que funcionó con fichas estaba instalada en la Plaza de San Martín, en donde también era la encargada la señora Leonor, que vivía muy cerca del lugar.
También había unas básculas hacia el centro de la parte norte de la Plaza. Se trataba de un edificio cubierto que servía como de oficina y que tenía dos básculas a los lados. Las utilizaban para pesar a todos los cerdos que se vendían, cuando en ella se celebraba el mercado de dichos animales.
En la actualidad, la Plaza tiene, en su mayor parte, forma rectangular con los dos únicos salientes ya indicados, hacia las puertas norte y oeste de la iglesia de santa María. Sus edificios, en general, tienen parecida altura, pero hay uno, con ocho plantas, que se destaca entre todos los demás. Dada su amplitud, en ella se celebran conciertos durante el verano, y otro tipo de actuaciones y concentraciones durante los días festivos o con motivo de otros acontecimientos. Cuando esto ocurre los coches, que la ocupan a diario, desaparecen de ella por unas horas. Peo luego vuelven a su lugar. Y se convierte, como todas las plazas de esta ciudad en un aparcamiento, que impide el paso, el paseo y el disfrute de los ciudadanos y, cómo no, de los visitantes y forasteros que, cada día en mayor número, se acerca a Benavente, lugar de parada y fonda, para contemplar su arte, románico y de otros estilos y épocas, y también gozar de su gastronomía. Parece ser que la peatonalización completa de la zona centro de la ciudad, como ocurre en otras ciudades o localidades de igual o menor población, es cosa difícil de conseguir en esta.
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Reportaje publicado en La Voz de Benavente y Comarca el día 11 de abril de 2010.
(Fotos: E. P. Mencía - CEB “Ledo del Pozo” y Peña “Malgrat”).
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