Ejerciendo su oficio en una calle de Benavente. |
Se llama Antonio y vive en Pobladura, un pueblo
al norte de la provincia de Zamora, de la comarca de Benavente y los Valles. En
este caso el valle es pequeño, como lo es el arroyo que lo atraviesa, al que
popularmente llaman Ahogaborricos, dejando de lado la denominación de El
Reguero, como figura en mapas y catastros oficiales. Y es que el pueblo, hasta en los nombres, siente y vive
más y mejor las costumbres y tradiciones, aunque alguna les haya llegado
mezclada con leyenda. En este caso, tal vez en la época invernal y cuando las
corrientes eran impetuosas, el arroyo pudo haber arrastrado consigo algún
borrico, incapaz de sobrevivir al empuje del agua. Pero ahí tenemos el arroyo,
ahora más limpio y encauzado. Y también el pueblo, uno de los más industriosos
del norte de esta provincia, con algunas fábricas, almacenes diversos y varios
restaurantes en bodegas preparadas debidamente para ello. También cuidan la
cultura, organizando algunas actividades a lo largo del año.
En Pobladura, muchas
personas, sobre todos los mayores y jubilados, recordarán los antiguos oficios,
algunos de ellos ejercidos en el mismo pueblo. No obstante les habrá
sorprendido y admirado que un joven, que reside allí se haya convertido por
oficio, y por supuesto que para su beneficio, en afilador. Este es Antonio que,
con su bicicleta preparada para ello, recorre pueblos de gran parte de esta
comarca, al menos los más cercanos. Se ha convertido así en el afilador de
Pobladura.
Al llegar a cada
localidad y pasear por sus calles se oye el chiflo, o chifla, con el que
anuncia su presencia, aunque él no siga la tradición del antiguo afilador que
decía y repetía, después de chiflar: afilaó,
afilaoó, cuchillas, navajas, afilaó,
afilaoó..
Chifla de afilador. |
Chifla o chiflo que, de momento, utiliza Antonio. |
El afilador fue
antiguamente un oficio ambulante, ejercido casi siempre por personas
procedentes de Galicia. Recorrían gran parte de las regiones de España. Y lo
hacían andando y tirando de una especie de carretillo con una rueda grande, la
rueda del afilador. La rueda, de madera, era un verdadero ingenio. Sobre la
rueda una caja con las herramientas necesarias: martillos, alicates, tenazas,
etc. Y por supuesto no faltaba la piedra de afilar que, mediante un mecanismo
apropiado, movía con su pie.
Antigua rueda de afilador. |
En la actualidad todo
ha cambiado. Ya no se ven afiladores con la rueda tradicional. Además los que
existen utilizan un modo de transporte distinto: furgoneta, coche, o bicicleta,
como es el caso de Antonio, que sentado sobre su bicicleta y dando pedales
consigue mover la piedra lo suficiente para dejar bien afilados los cuchillos,
navajas, tijeras, y cualquier otro utensilio de corte.
Aprender a afilar no es
tarea fácil, como ocurre con otros oficios, pero la práctica y el cuidado
necesario les ha hecho expertos en ello. Es de suponer que al joven Antonio alguien
le habrá instruido para el mejor desempeño del oficio.
Carlos, afilador de Orense, que hasta hace poco visitaba Benavente en moto. |
Antonio, el de Pobladura, lo hace ahora en bicicleta. |
Afilando un cuchillo, con su pequeña piedra de afilar, movida con los pedales. |
Conocí a Antonio cuando
él, y algún otro de sus hermanos, asistía a clases en el Instituto León Felipe.
Vivía con su familia no lejos del Centro. Trabajaban con la chatarra y otras mercaderías
ambulantes. Se ausentaron de la ciudad y después de varios años, al verme, me saludó atentamente, recordándome el
Instituto y la clase. Al notarle contento y feliz, lo atribuí a su oficio de
afilador, que ejerce con vocación y ganas, por supuesto que también por
necesidad, para poder vivir, o sobrevivir, del mejor modo posible. Pude comprobar
que afila bien los cuchillos y, sobre todo, que lo de ser afilador le ha
servido para su plena integración en la sociedad.
Tal vez su nombre y su
oficio no dispongan de anuncio ni comentario alguno en radio, prensa o
televisión, pero estoy seguro de que, el recorrer caminos y carreteras con su
bicicleta-afilador, junto con su trabajo y buen hacer, le proporcionará
suficiente fama y cada vez más clientes. Con ello podrá mantener, e incluso
aumentar, los ingresos que le permitan seguir viviendo dignamente.
Espero y deseo que
Antonio quien me recordó un día, al verlo, su asistencia a clases de ayuda y
recuperación en el Instituto León Felipe, se sienta recuperado también con su
peculiar trabajo de afilador. Además esto le habrá servido tal vez para olvidar, sino totalmente,
sí en gran parte, su pasado no exento de penurias y
necesidades. Pero nunca es tarde para integrarse en la sociedad y vivir de la manera
digna, a la que tienen derecho todos los ciudadanos.