domingo, 2 de febrero de 2014

Por San Blas, la cigüeña verás.



Tal vez sea este el refrán más conocido y divulgado de los muchos con los que se le recuerda a San Blas, uno de los santos más populares y que con más tradiciones cuenta, como he dejado escrito en otras ocasiones.
Pero quiero dedicar ahora estas líneas a las cigüeñas, ave tan familiar para muchos de los que viven en pueblos, y también ciudades, aunque, en este caso, en menor escala. Y es que las cigüeñas huyen del ajetreo, a ellas no les gustan las aglomeraciones ni las multitudes, sino la tranquilidad y un alejamiento, aunque sea relativo, pues tampoco hacen sus nidos y habitan lejos de la población y la civilización. 
Desde que son aves protegidas son más las que vemos llegar cada año. Y casi todas lo hacen en estos días en torno al 3 de febrero, día de San Blas. Son muy pocas las que se quedan y deciden pasar los meses fríos por estas tierras, aunque algunas sí que se vemos durante todo el año cerca de basureros o de aquellos lugares en los que pueden alimentarse.
Cuando, pasado el invierno, llegan a su nido, el del año anterior, lo remodelan en lo posible y lo preparan para vivir y reproducirse durante los meses de primavera y parte del verano. Esto hace que veamos que algunos de ellos aumenten de tamaño y su peso sea un peligro para los tejados en los que se encuentre. No ocurre así si están asentados sobre otro lugar, como podemos ver en alguna de las fotografías.
Nido en la vega del arroyo El Reguero, cerca de Villabrázaro.
Antiguamente eran menos las cigüeñas que llegaban y casi todas se asentaban sobre los tejados de las iglesias o en lo alto de las espadañas. Pero desde hace años son tantas las que se distribuyen por los distintos lugares que se ven obligadas a construir sus nidos, además de torres y espadañas, en otros muchos y variados lugares como muestran las imágenes: silos, torretas del tendido eléctrico, árboles, transformadores, etc. y otros edificios más o menos elevados, aunque sean ruinas de monasterios, fábricas abandonadas, etc. Ellas procuran estar cerca de lugares que les proporcionen el alimento  necesario.
Muros del Monasterio de Moreruela.
Espadaña de Moreruela.

Torre de la iglesia de Fuentes de Ropel.
 Manganeses de la Polvorosa.
Silo en la finca de D. Casimiro, cerca del Ermitaño.
Depósito de agua de Arcos de la Polvorosa.
Torreta cerca de Quiruelas de Vidriales.
En San Miguel del Esla.
Barcial del Barco.
Villafñafila.
Nido preparado en Bercianos de Vidriales.
En Sitrama de Tera.
En la actualidad se respeta a las cigüeñas, salvo contadas excepciones de personas que se sienten molestas, por diversos motivos, que les inducen a destruir sus nidos, sin tomar otro tipo de medidas a favor y no en detrimento de las aves. Otros colocan sobre torres o torretas obstáculos que les impidan anidar, aunque, en ocasiones ellas, que como quien cree no hacer daño a nadie, lo siguen construyendo, a pesar de los engaños y simulaciones.
La excepción es que alguien acabe con su vida, sin sentido y en contra de la ley y la protección de la que gozan. Pero se oyen y se ven casos en que sí ocurre.
La verdad es que, al paso de los años, algunos nidos se convierten en un cúmulo de materiales diversos con gran altura y peso. Y es que ellas, como he dicho anteriormente, regresan al mismo cada año, y si lo encuentran casi destruido lo reparan. Solamente, si ha desaparecido, construyen otro, casi siempre en lugar distinto, aunque no lejos del anterior.
La llegada de las cigüeñas augura un mejor tiempo, aunque todavía falte mucho para la primavera. Se las recibe en general con agrado y son protagonistas de muchos dichos, expresiones y refranes durante estos días. En algunos pueblos se las trata como de la familia, pues las ven todos los días, saben lo que hacen en cada momento: su salida y llegada al nido, el lugar donde comen, cuando la hembra pone e incuba los huevos, el crecimiento de los polluelos, su primer vuelo e incluso cuando se preparan para emigrar de nuevo. 
Nidos sobre paredes de un corral a las afueras de Villárdiga.
En la pared del patio de una casa en Santa Colomba de las Carabias.

Es el ave más familiar más conocido y más cercano a los humanos. Hay personas que se sienten acompañadas por sus cigüeñas, como si de un vecino más se tratase. Advierten cada día su presencia por el crotoreo que producen en su nido al chocar sus mandíbulas, sobre todo en la época de cría. Popularmente llaman a esto “machacar el ajo” antes de la comida. Y se oye decir con frecuencia: “Ya están machando el ajo las cigüeñas”.
La que llega a estas tierras es la cigüeña blanca (ciconia) o cigüeña común, ave zancuda de gran tamaño, que puede medir hasta un metro de altura y pesar hasta cuatro kilos los ejemplares adultos. Tiene el plumaje de color blanco, excepto las alas que son negras, al menos las plumas de vuelo. Sus patas y pico son de un intenso color rojo. Al volar, a gran altura estiran su cuello y sus patas, que sobresalen por detrás. Si su vuelo es majestuoso, no lo son menos sus andares. Con sus patas, extremadamente finas y alargadas es capaz de mantener un porte elegante y capaz de echar incluso a correr, cuando persigue a una presa. Se la suele ver descansando sobre una sola pata durante el día y también durante la coche, con la cabeza recogida sobre el dorso y el pico cubierto por las largas plumas del cuello.


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