Hace unos días tuve la
oportunidad de visitar Quintanilla del Monte, este pequeño pueblo, no lejos de
Villalpando, y en tierra de Campos, aunque por su topónimo no lo parezca. Y
pude ver algunos palomares a las afueras del pueblo y algunas casas de adobe o
tapial, junto a otras de ladrillo o revestidas con él. Pero me detuve un poco
más en su iglesia o mejor dicho sus iglesias, aunque solamente en el exterior. Y es que la nueva y la vieja están casi juntas, como
para que quienes las vean establezcan la mejor comparación entre ambas. La
antigua, destruida hace años por un incendio, está abandonada y en ruinas, pero
allí sigue, y destaca por su espadaña, sus muros de piedra, y una puerta de
entrada de valor artístico, pero con el arco y capiteles camino de la
destrucción total, si no se pone remedio. Lo que de valor tenía en su interior,
un retablo del siglo XV con pinturas renacentistas pasó a la nueva iglesia, que
está al lado. Este nuevo templo destaca a lo lejos y sorprende al visitante
sobre todo por su construcción en general, pero de modo especial por el
material empleado, el ladrillo cara vista. Esto hace que el contraste entre las
dos sea mucho mayor. En cualquier viaje que hagamos, cerca o lejos, siempre
veremos cosas nuevas y entre ellas alguna que nos llama más la atención.