Tenía ya 89
años cuando lo visité. Nació en Espino de la Orbada (Salamanca), pero desde los 10 vivió en
Bretó de la Ribera. Resulta
que su padre, que era molinero, a los 40 años vino a trabajar en su oficio a la
aceña o molino que había en Puente Quintos. Y con él toda la familia. Después
arrendaron la aceña del Hoyo y cuando su padre falleció se encargó él de ella.
Ello hizo que Porfirio se estableciese en Bretó en donde se casó y tuvo cuatro
hijos.
“Los primeros años fui a la escuela del
pueblo de Salamanca en el que nací y después a la de Bretó. Tenía que venir
andando todos los días, con lluvia, frío, o lo que fuese, cuando vivíamos
primero en Puente Quintos y luego en el Convento del Hoyo, al menos hasta
cumplir los 14 y terminar los estudios primarios. Y después de la escuela a
trabajar”.
En el pago
denominado ‘El Hoyo’ de Bretó de la
Ribera existió un priorato dependiente del Monasterio de
Moreruela. Lo conocen y lo llaman por allí el Convento o Casa de los Frailes. Vivían
allí los monjes que atendían la molienda, y los cañales para la pesca, a la que
tenían derecho. Les servía además de residencia y hospital para ancianos y
enfermos. En aquella época, las aceñas o molinos propiedad de dicho Monasterio
eran tres: el de San Andrés, situado en el término de Granja de Moreruela, el
de Puente Quintos en Santa Eulalia de Tábara y el del Hoyo, al que me estoy
refiriendo.
Estado actual del Convento del Hoyo. |
Puerta de entrada al convento. |
Patio interior. |
En este
antiguo priorato, o pequeño convento, vivió Porfirio unos años con su familia,
mientras estuvo encargado de la aceña, y también de la pesca, que era otro de
sus trabajos u ocupaciones y que sin duda le proporcionaba algunos ingresos. Me
acerco con él a dicho lugar y sobre la marcha me va contando sus recuerdos y
vivencias:
“Hace años que no venía por aquí. Lo
encuentro muy cambiado y cada vez más destruido. Ya casi no queda nada de las
dependencias que tenía el Convento y en las que habitábamos o de las que nos
servíamos: cocina, habitaciones para dormir, despensa, bodega en la que hacíamos
vino. Ahí teníamos las cochineras, y en ese otro lugar las gallinas y los
conejos. Y luego estaba el pozo… También había un palomar... Y esa sala grande
y en ruinas era un trinquete (frontón cerrado). Lo tenían los frailes para
jugar a la pelota…”
El edificio
está situado en un altozano desde el que contempla el río Esla y algunos
pueblos de la ribera. No lejos del mismo está lo que se conserva de la antigua
aceña y la nueva minicentral hidroeléctrica de Iberdrola. No se equivocaron los
frailes en la elección del lugar, que merece ser visitado y contemplado. Porfirio
y su familia contaban con luz eléctrica procedente de la misma central, y
aunque tuviese los problemas y
dificultades que trae consigo el vivir lejos de la población, dice:
“Aquí viví yo varios años, como un burgués,
mejor que el duque de Sotomayor, añade.
Era como un palacio para mí, y no me explico cómo en tan pocos años se ha
convertido en un montón de ruinas y a punto de desaparecer, pues ya no se
aprecia casi nada de su antigua construcción y lo que de valor artístico e
histórico tenía este lugar. Había piedras talladas, algunas con escudos,
dibujos e inscripciones que han desaparecido. Otras se conservan en domicilios
particulares”.
Porfirio Botrán en la puerta del Convento. Año 2009. |
Escudo en la pared de entrada al convento. |
Restos del palomar perteneciente al convento. |
“Por este canal entraba el agua, que movía
las aspas de madera. Estas hacían girar el engranaje con las piedras de moler
el cereal, que entraba desde la tolva. Y por esa puerta que hay al otro lado se
entraba directamente al molino con los sacos y demás a través de un puente
desde la orilla del río".
Porfirio junto a la aceña de Bretó. |
Interior de la aceña, en la actualidad. |
Vio tantas
veces la aceña y su mecanismo, y lo vivió todo tan intensamente, que, después
de jubilado, se puso a construir una en miniatura, que me enseña al regresar al
pueblo. Tan sólo le queda colocar la tolva, pero piensa hacerlo, si cuenta con
salud y también con ganas para ello.
Su ilusión fue construir una aceña y un cañal en miniatura. |
Al preguntarle
si ejerció en su vida algún otro trabajo o afición en seguida me dice que
pescador, de caña, red, y sobre todo en el cañal, pues contaba con uno casi en
el mismo lugar en el que lo tenían los monjes de Moreruela.
“Había un canal pequeño al lado del río y no
lejos de la aceña. Por este canal entraba el agua y también la pesca. Entre los
muros del mismo se colocaba el cañal, una estructura de madera, de unos 20 metros, con rejillas no
muy anchas como abertura. El cañal tenía
unas compuertas por las que entraba el agua y también los peces. El agua salía
con facilidad por las rejillas pero los peces no, pues las pequeñas aberturas
se lo impedían. De esta forma recogíamos diariamente muchos en aquellos años:
anguilas, barbos, truchas, carpas, etc. Algunas noches, (buena hora para la
pesca), hasta 300 kilos. Luego venían compradores que los vendían por los
pueblos de la comarca”.
Porfirio, lo
mismo que hizo con la aceña, se puso a hacer en su casa un cañal de pescar en
miniatura, de poco más de un metro de largo, que me enseña con satisfacción, al
tiempo que me explica con todo detalle su funcionamiento.
Porfirio retocando su cañal.. |
El cañal ya completo. |
Enseñándo las compuertas de su pequeño cañal. |
También se dedicó
a la fontanería y a la electricidad, poniendo en práctica todos los
conocimientos que había adquirido en su experiencia de ver trabajar, y trabajar
también él, en la construcción de la minicentral hidroeléctrica que desde hace
ya muchos años hay en El Hoyo, pegada casi a la misma aceña. Primero perteneció
a Electra Benaventana y luego a Iberduero, hoy Iberdrola.
Estando en la
aceña me señala una caseta aguas abajo y veo que tiene gran interés en contarme
lo que era y para qué servía. Me dice que en la caseta había un pozo y un linígrafo
(así lo llama él), que marcaba el nivel del agua del río. Y desde la caseta hasta
la otra orilla había un cable a 5 metros de altura sobre el agua. Sobre este
cable circulaba casi todos los días una vagoneta con obreros dentro. Al llegar
al medio del río arrojaban un aparato (un
molinete, según él), para hacer dos medidas, una casi desde el mismo fondo
y la otra más cerca de la superficie del agua. Con ello se sabía la profundidad
y también la velocidad. Pero en lo que Porfirio insiste es que cada vez que se
medía había que ir, como fuese, hasta Villarrín, que era el lugar más cercano a
Bretó con teléfono y telégrafo, para comunicárselo a la dirección de la
empresa. Fueron muchos y a veces muy duros los viajes que tuvieron que hacer a
Villarrín, de ahí que sea otra de las cosas que no puede olvidar.
Pasó casi toda
su vida junto al río: Que si la aceña, que si la central, que si el cañal y los
peces, etc. Era su forma de vivir, que soportaba con agrado. Pero antes de
cumplir los 60 años tuvo que jubilarse por motivos de salud. Desde entones ha
ido menos por allí y se ha entretenido, entre otras cosas, construyendo en casa
la pequeña aceña y el cañal, y ayudando a su hijo que regenta uno de los bares
del pueblo. Y, cuando se le ofrece de nuevo la oportunidad, se acerca al lugar,
y le viene a la memoria un cúmulo de recuerdos, de forma tal que se pasaría
muchas horas contando su vida y sus vivencias junto al río, la aceña, la
central y el cañal en el que cogía muchos y variados peces, que por entonces
había en el río.
En el pueblo
lo conocían bien: “Cómo no me van a
conocer, si casi me he criado aquí. Vine de niño, fui a la escuela, he
trabajado, me casé, tengo cuatro hijos… Tan sólo he salido para ir a la mili y
por poco tiempo, pues mi padre estaba enfermo y había que ayudar en casa. El
tiempo se me ha pasado rápidamente, prueba de ello es que ya tengo 89 años, me
decía”.