Con anterioridad he publicado en
este blog varios reportajes relacionados con el pasado y su tradición
religiosa. Hoy, víspera día de los difuntos, quiero recordar cómo se vivía el
momento de la muerte y los funerales, hace más de 50 años, en muchos pueblos de
Castilla y León.
Antiguamente no había tantos
hospitales, ni tantas ambulancias para trasladar a los enfermos, y menos
tratándose de localidades con poca población. Pero lo que sí ocurría es que las
visitas del médico de cabecera al domicilio del enfermo, y más si estaba grave,
eran muy frecuentes. Visitas del médico, y también del practicante para cumplir
y aplicar lo recetado o prescrito por él.
En la visita al enfermo era
frecuente que médico y practicante coincidiesen con la visita del cura, sobre
todo si era de gravedad. Y si ellos no le podían sanar de su enfermedad física
allí estaba él para la atención espiritual. De acuerdo con su familia preparaba
al moribundo, según los ritos eclesiásticos, administrándole la Extremaunción, si
consideraba que era el momento adecuado para ello.
Ya, durante su enfermedad, el
cura solía hacer con frecuencia la visita a los enfermos y muchas veces,
siempre de acuerdo con ellos, les llevaba la Comunión o Viático. Sobre ello
escribiremos otro día. Y si el enfermo fallecía había que ir preparando el
funeral, tanto la misa, como el entierro.
Los funerales eran uno de los
actos religiosos que con más solemnidad y tradición se realizaban, de ahí el
impacto que causaban en las gentes y el motivo por el que se mantiene tan vivo
el recuerdo. En casi todos los pueblos se hacía de forma parecida.
Para la misa, de cuerpo presente,
el sacristán sacaba de las cajoneras de la sacristía las ropas negras que iba a
utilizar el sacerdote: casulla, estola, cíngulo y capa. En muchos sitios se
colocaba en el centro de la iglesia y no lejos del altar una especie de mesa o
túmulo cubierto con tela negra en la que se veía dibujada una calavera, y sobre
él varios panes y una botella o jarra de vino que no otra cosa simbolizaban que
una oferta u ofrenda. Y delante del túmulo negro con calavera, sobre unas andas
también pintadas de negro se colocaba el féretro cuando llegaba a la iglesia.
Desde el domicilio del fallecido se organizaba una procesión de la que formaban
parte la cruz parroquial, el féretro a hombros de familiares y amigos,
sacerdote, sacristán y monaguillos y el resto del pueblo, pues solían asistir
la mayor parte de los vecinos.
Ropas negras para el Día de los Difuntos. |
Estolas, también de color negro. |
Túmulo funerario utilizado en Villaveza de Valverde. |
Ya en la iglesia, y cada uno en
su sitio, comenzaba la misa de funeral, que a pesar de ser en Latín por
entonces habían una gran participación sobre todo cuando llegaba el momento de
los cánticos del Requiem aeternam dona
eis Domine… (Concédelos el descanso eterno…), o del Dies irae, dies illa… (Día de ira, aquel día…). Allí todo el mundo
cantaba y no sólo el cura, sacristán y monaguillos, a quienes se tenía como más
y mejor conocedores de los antiguos latines.
Y después de la misa se
organizaba una nueva procesión camino del cementerio para proceder al
enterramiento de la persona fallecida: a la cabeza de nuevo la cruz y los
faroles o ciriales. Después, en dos filas, los feligreses, vecinos y forasteros
asistentes, los hombres primero y luego las mujeres y niños. Al final, el
féretro llevado a hombros sobre las andas, el sacerdote, el sacristán, los
monaguillos y los familiares más allegados del difunto.
Cruz y ciriales o faroles que encabezaban la procesión hacia el cementerio. |
Desde el momento en que la
procesión fúnebre sale de la iglesia, las campanas no dejarán de tocar (en este
caso a muerto) hasta que haya sido enterrado. Lo hace alguno de los monaguillos
u otra persona a la que se le encarga esta función.
Y tampoco cesan durante el
recorrido los cánticos funerarios apropiados para el momento como el De Profundis clamavi ad te…( Desde lo
profundo te llamé…) o el Libera me Domine
de morte aeterna… (Líbrame, Señor, de la muerte eterna…), etc.
Los cánticos se interrumpían de
vez en cuando y la comitiva funeraria se detenía, para rezar por el difunto,
ante su féretro, uno o más responsos según las aportaciones económicas de los
asistentes al entierro. Y se repetía cuantas veces fuese necesario el Libera me Domine…seguido del Pater Noster….
Y como final el Requiescat in pace…. Al llegar al cementerio el sacerdote
realizaba los últimos rezos antes de proceder al enterramiento del cadáver.
Al llegar al cementerio el sacerdote rezaba antes de proceder al enterramiento. |
Cementerio de Milles de la Polvorosa. |
Antes de regresar a la iglesia
rezaba también un responso por las almas de todos los enterrados en el
cementerio. Cura, sacristán y monaguillos habían cumplido con su función, por
la que recibirían también un estipendio especial.
A partir de este día el fallecido
o muerto, representado por sus familiares, contará con un puesto entre los
hacheros instalados en la iglesia En el hachero habrá velas o velones que
alguno de su familia encenderá durante la misa u otros actos religiosos. Allí
se acercará el sacerdote con frecuencia
para seguir rezando responsos por su alma.Y esto ocurrirá durante un
período de tiempo más o menos largo.
Hachero que aún se conservan en la iglesia de Milles de la Polvorosa. |
Hachero y reclinatorio. Museo etnográfico de Santa Eulalia de Tábara. |
Calaveras decorando una pared de la iglesia de Gordaliza del Pino (León). |