sábado, 20 de abril de 2013

Calles de Benavente: La Calle de la Fortaleza.




El antiguo Castillo-Palacio de los Condes de Benavente, estaba ubicado en el altozano conocido y denominado La Mota. Hacia el noroeste se encuentran las vegas del río Órbigo y del caudal que parte de él y que se ha denominado canal de la Sorribas, ría de D. Felipe o Caño de los Molinos. Y ya más lejos los montes de Sanabria y León.  Si miramos hacia el sur y el este, veremos la ciudad de Benavente, con sus iglesias, plazas y calles. Una de estas, la más próxima al castillo y que rodea parte de su antiguo recinto, es la calle denominada, con toda razón, calle de la Fortaleza.  

Plano de Benavente en el s. XV (S. Hernández). Arriba Fortaleza y calle.
No es calle de muy antigua denominación en el callejero, pues antes serían muchas las casas pequeñas y con cierto desorden, adosadas al muro del recinto fortificado. En la actualidad es estrecha y poco habitada. Predominan también las casas bajas, de una sola planta y construcción sencilla, aunque se ven  algunos edificios, de mayor altura, recientemente habitados.

La calle, al comienzo, desde los Paseos de la Mota.


Es estrecha, con predominio de las casas bajas.
Al comienzo de la calle, desde la Mota, destacan dos, uno de ellos el denominado Centro Socio-Cultural La Mota, al servicio y uso de algunas asociaciones culturales de la ciudad, como la Banda de música Maestro Lupi. Y frente a este una casa de ladrillo, de propiedad particular,  en patente deterioro y proceso de destrucción, si alguien no lo impide. Es una de las muchas casas de ladrillo, de finales del siglo XIX o principios del siglo XX, que había en la ciudad y de las que apenan quedan unas pocas para el recuerdo. En algunas, una vez destruidas, han intentado imitar la construcción anterior, pero con resultado más bien negativo, pues ni por los materiales empleados, ni por la forma de construcción lo han podido conseguir. 


A la derecha el Centro Socio-Cultural La Mota.
Aparte de algunos bares o pubs, no hay en la calle otros establecimientos o locales de servicio a los ciudadanos. Tan sólo hacia el final de la misma pasamos por la parte posterior del antiguo Centro Secundario de Higiene, hoy Punto Joven. Cerca de este lugar se encontraría la conocida como puerta de Santiago que daba acceso a la Fortaleza-Palacio por el sureste. 

Hay algún edificio de mayor altura, y solares vallados y sin vallar.
Y algunos bares o pubs de musica...
Uno de ellos con el nombre de la calle.

Desde la calle vemos alguna casa antigua de tapial, adobe, y con tronera.
Antiguo Centro Secundario de Higiene. Hoy Punto Joven.
Comienzo de la calle, en pendiente, desde la C.de los Carros.
Los dibujos realizados por el inglés Sir Robert Porter, de que dispone el archivo del CEB Ledo del Pozo y que se conservan en el Museo Británico, nos muestran una vista del castillo desde el sureste. Por ellos podemos ver y comprobar el lugar aproximado en el que se ubicaría la puerta de Santiago, por la que se accedía al castillo. No lejos de este lugar estaría la actual calle de la Fortaleza.
Vista del Castillo desde el Sureste. (Sir Robert Ker Forter)
Una de las torres de la fortaleza. (Sir Rober P.)
Puerta de Santiago. Se encontraría no lejos de la calle de la Fortaleza.
Existen varios solares en la parte que daba a la fortaleza, donde podemos ver la tierra,  o estratos que hay bajo los actuales jardines. Al estar abandonados se están convirtiendo en basureros incontrolados. Lo mismo pasa con las paredes de las casas deshabitadas, en las que abundan las pintadas, o graffitis, algunos de los cuales parecen proceder de la mano de un buen dibujante y pintor.

Uno de los solares. Arriba los jardines del Paseo.
Otro solar con arboleda y vallas pintadas.
La calle desde el edificio C. Secunadrio de Higiene, hoy Punto Joven.
Durante el verano, más que en invierno, es una calle apropiada para pasear, pues se puede hacer a la sombra, producida en parte por los elevados árboles que se encuentran cerca de ella, en los paseos de la Mota. Desde ella se accede fácilmente  a estos paseos, con bellos jardines y desde los cuales podemos ver las vegas de los ríos Esla y Órbigo, los dos ríos de mayor caudal, más próximos a la ciudad de Benavente.



martes, 16 de abril de 2013

Artesano jubilado: Miguel Alonso, de Santa Cristina de la Polvorosa.



  
Miguel con el pequeño frontón en sus manos.
            Santa Cristina de la Polvorosa ha sido y sigue siendo un pueblo que se esfuerza en mantener y recuperar en lo posible sus antiguas tradiciones. Pero también se ha distinguido por haber contado entre sus vecinos con personas, unas que ejercieron durante su vida algunos de los antiguos oficios de carretero, herrero, zapatero, etc. y otras que, después de su jubilación, se han dedicado a la confección o elaboración de piezas u objetos de artesanía, como hacen Miguel Cachón y Joaquín Pérez, según hemos visto en semanas anteriores. También lo hace Miguel Alonso Centeno, a quien me voy a referir en esta ocasión.
            Tiene ya más de 70 años. Y, desde su jubilación, anticipada, en su caso por un accidente, dedica una parte de su tiempo a realizar, con madera, muebles en miniatura, algunos edificios y otro tipo de piezas u objetos.
            Antes incluso de terminar sus estudios primarios en la escuela del pueblo, pues tenía 13 años, se puso a trabajar, haciéndolo en varios sitios y en muy diversas actividades: “Trabajé en Benavente de camarero, como dependiente en la fábrica de aceitunas hermanos Sánchez, en la perfumería Gardenia, en la fábrica de harinas Carbajo, en la de caramelos La Carmela, y hasta en la construcción... Y también pasé diez años en Bilbao trabajando en una pastelería y en Magefesa. Fue aquí en donde tuve el accidente de tráfico, causante, en gran parte, de mi jubilación anticipada.
            Cuando vine para el pueblo no hacía más que pasear, andar en bicicleta o ver televisión. Pero me di cuenta de que con esto me aburría, hasta que un día me puse a trabajar la madera y encontré en ello mi mayor y mejor entretenimiento y distracción. Cada vez que me ponía a hacer una pieza de estas se me pasaba el tiempo sin darme cuenta y me olvidaba de lo demás. Y con ello sigo de momento, aunque a mi aire, como todo lo que se hace voluntariamente y con gusto”.
            Empezó haciendo tenedores y cucharas, algunas para los amigos, y luego sillas, mesas, bancos, un pupitre escolar, etc. Por allí tiene también algún fuelle, castañuelas de varias formas, etc. Pero lo que más admira él, lo mismo que su hermana, con la que vive, es el hórreo, el carro y el puente antiguo de Santa Cristina, de tamaño un poco mayor que los demás objetos.
Cucharas y tenedores, sus prìmeras piezas.
Mesas, sillas, tabla de lavar, fuelle, y otros objetos.
Escaleras, bancos, taburetes...
Y castañuelas de diversas formas, tamaños y por supuesto sonidos.

            El material que necesita y utiliza es principalmente la madera de pino, de haya y de otros árboles de esta zona. La de haya se la trae un amigo que trabaja en Gijón en una serrería. Le trae trozos con los que hace las cucharas y tenedores. Con la de pino hizo el puente y otras piezas pequeñas. Coge también los palos de la poda de los árboles que decoran la calle en la que vive, los limpia bien y le sirven para algunas cosas.
            También utiliza cola, puntas y algún trozo de alambre. Y barniza casi todas las piezas, una vez terminadas.
            En un pequeño cuarto que da al patio de su casa tiene un tornillo de carpintero con el que sujeta la  madera para serrarla o cortarla y otras tareas. Usa una pequeña sierra eléctrica de calar y dispone también de serrucho, taladro, etc. y algunas otras herramientas necesarias para quien trabaja con la madera. No le falta una gubia de la que se sirve principalmente para hacer las castañuelas.
Antes de comenzar a trabajar en las piezas hace un croquis o dibujo de cada una de ellas. Las  medidas según le parece a él, después de ver el modelo en la realidad o en alguna revista. Me enseña la foto de un yugo que tiene entre manos y que lo terminará pronto para completar su carro en miniatura.


El frontón y un hórreo asturiano.
Con un carrito en su mano.
Así ha ha visto, y realizado, el puente de su pueblo Santa Cristina.

            No me puede decir el tiempo que le ha llevado preparar cada uno de los objetos que ha hecho, que, aunque, a tamaño reducido, su elaboración no deja de ser costosa. Y más si quien lo hace no fue ni carpintero ni sus trabajos a lo largo de la vida tuvieron que ver nada con la carpintería y la madera. Y es que, lo mismo que hacen otros artesanos jubilados, Miguel trabaja a ratos, cuando le parece. Pero no me cabe la menor duda de que son muchas las horas  que dedica a ello. Su hermana, que está presente, dice que el hórreo será la pieza que le ha llevado más tiempo, pues estuvo con él varias horas cada día durante dos o tres meses. “Es porque tiene muchas piezas pequeñas que nadie advierte si no se lo digo yo”, dice él, mientras me enseña algunos detalles del mismo.
            A medida que pasan los años, con la práctica y experiencia, su afición es cada vez mayor y esto hace que intente conseguir una mayor perfección en aquello que hace.  Ojalá que sean muchos más los años de jubilado para que pueda seguir trabajando la madera y confeccionar este tipo de objetos. Estas pequeñas cosas animan también a vivir con ilusión y esperanza.
            Ha colaborado con los otros artesanos jubilados de Santa Cristina de la Polvorosa en una exposición celebrada en el año 2006 en el Ayuntamiento, organizada por la Asociación Cultural Cultura y Pueblo. Y no le importa seguir participando en alguna otra exposición, para mostrar a lo demás lo que él hace, con agrado y satisfacción, y también por entretenimiento y distracción
            Miguel está soltero. Su hermana, con la que vive, es la primera admiradora de sus piezas, entre las que tiene algunas preferencias, como es el caso del hórreo. Pero también de todas las demás, que le sirven para adornar algunas partes de la vivienda, en donde están colocadas, para mejor ser contempladas por los visitantes.
            Seguirá trabajando, o entreteniéndose en el futuro con estas cosas, mientras pueda, aunque no abandonará nunca su paseo diario, a pie o en bicicleta, pues esto también es necesario, 

sábado, 13 de abril de 2013

Calles de Benavente: La Calle de la Estación y la del Ferrocarril.



Al bajar por la Cuesta del Río dejamos a la derecha, en primer lugar, la calle de la Estación y un poco más abajo la que, según me cuentan, se llamaba la del Ferrocarril. Ahora no aparece en el plano de la ciudad con nombre alguno, pero esto no impide que los vecinos sigan utilizando este nombre. Las dos terminan en la carretera de la Estación, y muy cerca de los edificios antiguos de la misma. Por supuesto que están en pendiente, lo mismo que la Cuesta del Río, sobre la que ya he escrito con anterioridad.

1.- Calle de la Estación.
Ocupada hasta hace no muchos años por solares y casas de planta baja, en su mayor parte en ruinas, hoy la calle está mejor urbanizada, los solares vallados, como debe ser, y se ven edificios nuevos, y otros con las antiguas casas unifamiliares rehabilitadas o reconstruidas. Es este lugar vivían, y viven todavía, personas empleadas en la antigua y cercana estación, cuando estaba funcionando, y algunas, cuya dedicación y ocupación principal era la huerta y el cultivo de sus  productos.

La calle desde la parte baja, cerca de la carretera.
Todavía hay alguna casa de adobe y tapial, con su antigua puerta.

Es calle con bastante pendiente.
Para entrar en la calle, desde la Cuesta del Río hay que bajar unas escaleras, lo que nos indica la pendiente que siempre hubo en ella. Y luego, tras una  pequeña  curva, llegamos al final. En la esquina con la calle del Ferrocarril podemos ver en la imagen el local que servía de fábrica y almacén para los conocidos aceituneros de Benavente. Aquí preparaban las aceitunas y desde aquí las comercializaban. La foto me la ha enviado mi antiguo alumno y amigo J. Mielgo. Hace ya años que en su lugar se construyó un edificio de viviendas de varias plantas. Y la empresa aceitunera se trasladó a otra parte de la ciudad.

Para acceder a la calle, desde arriba, hay que bajar una escaleras.
Desde el centro de la misma se divisan ya los árboles de la Pradera.


Antigua fabrica de acetunas, en la calle de Ferrocarril. (Foto. J. Mielgo).
2.- Calle del Ferrocarril.
Como he dicho anteriormente, y según me han contado, se llamaba así a esta pequeña y corta calle que hay, a la derecha, al bajar por la Cuesta del Río. La fotografía antigua anterior nos muestra cómo se encontraba la calle hace ya bastantes años. Pero la realidad actual es otra, con nuevos edificios, algunos de varias plantas, como el de la esquina, y los demás rehabilitados o reconstruidos. Y todos están en la acera orientada hacia el oeste, bien soleados durante la tarde.

La calle en la actualidad. 
En el edificio de la esquina estaba la antigua fábrica de aceitunas.
La calle vista desde la parte de arriba.
Enfrente no hay edificación alguna, sino una zona verde en la pequeña ladera que da a la carretera, en la que  podemos ver árboles diversos, entre ellos algunos pinos y acacias. Delante de esta calle, además de la vegetación, y ya junto a la misma carretera, se ha construido una zona de descanso para los paseantes, con fuente en el medio y lugares para sentarse, descansar y disfrutar del lugar. A todos los que pasan por allí les llama la atención la construcción de la fuente y los asientos, a base de trozos de mosaicos de diversos colores. Algunos lo llaman zona de descanso Gaudí por el parecido que tiene con las formas de construcción y decoración empleadas por este arquitecto en algunos parques de Barcelona.
Zona de descanso junto a  la carretera. Al fondo la calle del Ferrocarril.
Una fuente forma parte de este lugar, con decoración un tanto original


 


viernes, 12 de abril de 2013

Artesano jubilado: José Rodríguez, de Santovenia del Esla.



“Mi marido hizo solamente bastones”. Esto es lo que me dijo Aurora Domínguez cuando la visité en su casa de Santovenia del Esla. Y añadió lo siguiente:
“Se llamaba José Rodríguez de León y falleció cuando tenía 70 años, hace ya siete. Aunque no había cumplido los 65, edad legal para ello, estaba ya jubilado, pues la enfermedad que padecía no le permitía seguir con una actividad laboral normal. Y tal vez fuese ésta el motivo por el que empezó a entretenerse y pasar muchas horas haciéndolos. Era para él un buena distracción y hasta le servía como terapia”.
He visto sus bastones y  me han llamado la atención sobre todo los puños, en los que se representan figuras de perros y caballos principalmente. Están hechos con  perfección, finura y elegancia, y nos muestran que la práctica fue para José un aprendizaje. Merece la pena que, aunque fallecido, aparezca en estas páginas entre los demás artesanos jubilados de esta comarca por su buen hacer y la paciencia que tuvo que tener, no sólo para sobrellevar su enfermedad, sino también para tallar con tanto detalle ojos, crines y demás partes de las cabezas de perros y caballos.

Una parte de su colección de bastones.

Aunque hay otros animales, la mayor parte tienen el puño con cabeza de caballo.

Y ¿por qué casi solamente bastones y casi todos con puño de perros y caballos?
“Es que, aunque su trabajo principal fue en la agricultura, me dice Aurora, mi marido tuvo dos aficiones, o si se quiere ‘hobbys’, los caballos y la caza. Amaba a los caballos. De hecho tenía dos, a los que atendía y cuidaba con esmero. Conocía muy bien a los suyos y le gustaba saber más sobre los demás a través de libros y revistas. Siempre hubo en casa algún cuadro con este animal. Y en relación con la caza lo mismo, aunque él cazaba sobre todo con galgos, de ahí que también los representara en algún puño de bastón. Pero también le gustaban los demás perros”.

José amaba a los caballos. Tenía libros, revistas y también algunos cuadros.
Cuando comenzó con los bastones, por entretenimiento y distracción, como he dicho, algunos familiares y amigos le traían maderas y palos para su trabajo y otras las compraba él. Utilizaba maderas de encina, sabina, nogal y otros árboles de la zona.
Aurora sigue recordando a su marido cuando me dice:
“Todos los días, hasta que falleció, dedicaba algunas horas a ello y siempre trabajaba sentado, excepto cuando tenía que cortar y preparar los palos y madera, que lo hacía en una mesa con tornillo. Primero cortaba los palos, y luego se sentaba a trabajar en sus bastones”.
Respecto a las herramientas, utilizaba, como es natural, serrucho, hacha, azuela, etc., necesarias para cortar las piezas, pero, sobre todo, unas gubias que su mujer le regaló. Con ellas y poco más se arreglaba. Trabajaba mucho, según me cuenta, con un destornillador muy afilado. Con él tallaba los ojos, las orejas, el pelo de los perros y las  crines de los caballos. Basta con verlos para darse uno cuenta de su perfección. También se servía mucho una navaja, no muy grande que siempre tenía a mano. 

Con estas herramientas trabajaba en su afición artesanal.
José ni era de familia de carpinteros ni apenas tenía trato con ninguno, por lo que nada sabía de dicho oficio, pero cuando se vio así, se dio cuenta de que necesitaba alguna distracción que le ayudase a relajarse y pensar en cosas distintas. Entonces le dio por hacer en un palo una especie de cabeza de caballo, que todavía conserva, y siguió adelante hasta conseguir todos estos bastones. Parece ser que acertó con esta actividad, pues pasó buenos momentos, enfrascado en ello, con los caballos y perros en sus manos, y manejando las pequeñas herramientas y maderas que tenía cerca.

Comenzó haciendo en un palo una cabeza de caballo...
Y así fueron realizados casi todos  los puños para sus bastones.
Pero, si los puños llaman la atención por la perfección con que están trabajados, también las varas, algunas de las cuales talló y decoró con adornos diversos: incisiones, dibujos, etc.


También decoraba las varas de casi todos los bastones.
Hizo más de 100 bastones, según Aurora, que vio también cómo, a medida que pasaba el tiempo, los hacía más bonitos o perfectos. José actuaba como todos los artistas o artesanos, con la práctica les llega el perfeccionamiento. De ellos su mujer conserva varios. Pero la mayor parte se los regalaba a familiares y amigos de Bretó y de Santovenia. También obsequió con un bastón a algunos  médicos y enfermeras del hospital de Zamora que le atendieron durante los últimos años de su enfermedad. Seguro que todos, cuando lo vean, se acordarán de él, como si de un libro se tratase. Y es que las obras sirven para recordar a sus autores. En ellas está reflejado su trabajo y su sabiduría y casi siempre los buenos o malos momentos  de su vida.
Era natural de Villarrín de Campos, vivió también ocho años en Bretó y luego ya en Santovenia. En este pueblo, en la misma calle y no lejos de a Casa Rural sigue viviendo Aurora gran parte del año, pues pasa casi todo el invierno con su hija y sus dos nietas que residen fuera del pueblo.
He querido dejar patente el valor artístico reflejado por José en estos pequeños objetos, los bastones, cuya confección le ocupó muchas horas de su vida, y que le sirvió para, si no quitar, sí aminorar en alguna medida, la inquietud o preocupación que genera el estar sometido a una enfermedad irreversible.