lunes, 30 de enero de 2012

Artesano jubilado: Ramón Cortés García, de Aldeatejada (Salamanca)

Ramón Cortés preparando una carretilla en la mesa de carpintero de su pequeño taller.
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Varios toros en el establo, con sus comederos.
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Pareja de toros o vacas arrastrando un arado antiguo.
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Escena de la trilla, con algunos detalles.
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Uno de los muchos carros que ha hecho Ramón. En este caso con la pareja de vacas enganchadas a la viga.
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Tablas de lavar en el arroyo o río. Junto a las tablas la banca de tabla en la que apoyaban las rodillas, pues lavaban arrodilladas y muy cerca del agua.
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Carroza que Ramón vió en algún momento, y que quiso reproducir en miniatura.
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Nido de cigüeñas en lo alto, y otras aves en la parte baja.
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"Esta es la escuela a la que van mis nietas", dice Ramón.
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Exterior de la iglesia de Aldeatejada.
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Al levantar el tejado se puede ver una parte del interior de la iglesia
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"Esta cajita-joyero la hice cuando estaba en la mili".
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La cajita es de madera de nogal y la herramienta utilizada para hacearla fue, principalmente, la navaja.
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En una tarde, a últimos de diciembre del año 2011, me acerqué a Aldeatejada, uno de los pueblos cercanos a Salamanca. Mi intención era, además de conocer la localidad, ver a alguna de las varias personas jubiladas, que se entretienen y pasan gran parte de su tiempo en trabajos artesanos.
Uno de ellos es Ramón Cortés García, ya mayor y con los achaques propios de la edad, que me recibió muy amable en su domicilio y que, en seguida, se ofreció para contarme y enseñarme lo que había hecho a lo largo de su vida y que seguiría haciendo, mientras pudiera, para su propia satisfacción, y también la de su familia, hijos y nietos, porque su mujer, ha fallecido ya.
Ramón es de Salamanca, pero vive en Aldeatejada desde los seis años. “Trabajé durante muchos años en la cerámica Hermanos Criado. Era mucho y muy duro este trabajo, pero estuve hasta de jefe. Ahora sigue allí empleado uno de mis hijos”.
Lo primero que me enseña es el local en el que tiene las herramientas y una mesa de carpintero con un pequeño tornillo, al que sujeta la madera, para hacer sus piezas. Ahora tiene entre manos una carretilla para los nietos. No muy lejos de allí varias estanterías en las que puedo ver algunos de sus carros:
“Le puedo decir que, aunque desde que me jubilé me dediqué más a estas cosas, ya desde pequeño tuve afición por la madera. He hecho, sobre todo carros, desde los diez años. Creo que hay carros míos por muchos sitios, hasta a Bilbao se han llevado alguno”.
En otro lugar, y en pequeño tamaño también, veo representadas diversas faenas del campo: la trilla, la arada, el acarreo. Por cierto que llaman la atención los animales que realizan los trabajos, pues en este caso son casi siempre toros, de buen ver, como los que se crían en las dehesas salmantinas, que están muy cerca. Hasta tiene una escena de todos comiendo cada uno de ellos en su pesebre.
Otro grupo de objetos se relacionan con las faenas domésticas: tablas de lavar en arroyos o ríos, cántaros para llevar agua a casa, máquina de hacer chorizos, etc. “Tablas de lavar he regalado a muchas mujeres del pueblo, sobre todo mayores, que recuerdan cómo se hacía esta tarea antiguamente”.
Después, en su domicilio, me enseña varias maquetas de edificios del pueblo: iglesia, escuela, etc. y otros objetos que realizó ya hace muchos años. “Mire, esta cajita en madera de nogal la hice en la mili”. Efectivamente se trata de un trabajo manual ya artesanal bien hecho.
Le animo a seguir entreteniéndose con esta su afición durante muchos años más. Además esto, y la presencia de sus hijos y nietos, le seguirán animando en medio de su soledad. Me dice que su estado de salud ya no le permite realizar con normalidad la actividad que hace años desarrollaba, pero la vida es así y hay que aceptarlo.

viernes, 27 de enero de 2012

Pueblos y Valles: Villanueva de Azoague.


Tumbas sobre un pavimento romano. Excavación realizada en la finca Los Villares de Villanueva de Azoague.
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Torre-espadaña, románica, de la iglesia de Villanueva de Azoague.
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Entrada y pórtico de la iglesia.
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En su iglesia destaca el artesonado.
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Calvario colocado delante del coro de la iglesia.
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Imagen de san Gregorio Nacianceno, el patrono de Villanueva de Azoague.
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También el sagrario destaca por su valor artístico.
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Edificio del Ayuntamiento, de nueva y reciente construcción.
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Así era la fábrica Azucarera, desrtruida hace no muchos años. Un edificio nuevo y con maquinaria moderna.
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De la anterior fábrica solamente quedaron los dos silos, que utilizan en la nueva industria de empaquetado de azucar.
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Cerca de la fábrica y junto a la carretera de acceso al pueblo se encuentra el nuevo convento de las Bernardas, trasladado, hace ya bastantes años, desde Benavente a este lugar.

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El nombre de Villanueva (villa nova), nos hace pensar en las antiguas villas romanas o medievales, algunas de las cuales existieron o se fundaron en este lugar. Se completa con Azoague, palabra árabe que significa mercado, señal evidente de que aquí antiguamente también se celebraban mercados. Hasta pudieron ser dos poblaciones existentes en épocas distintas, que, desaparecidas ambas por algún motivo, posteriormente surgió la de Villanueva de Azoague.
Se encuentra al Sur de Benavente y no lejos del vértice formado por la confluencia de los ríos Esla y Órbigo, más cerca del primero que del segundo. Es cabeza de ayuntamiento, al que pertenece también Castropepe, situado al otro lado del río Esla.
El pueblo fue, desde siempre, más agrícola que ganadero. La proximidad de los ríos les permitía transformar el secano en regadío. Hoy mucho más y mejor, al contar con canales y acequias. Su situación, entre ríos, fue un atractivo para el asentamiento de pueblos a lo largo de los siglos, pero también, en la actualidad, ha gozado y goza de algunas industrias, que no poseen otros pueblos y que han generado riqueza para la comarca de Los Valles.
Sobre su historia, aunque existen huellas de civilizaciones anteriores, fueron principalmente los romanos los que eligieron este lugar privilegiado, entre ríos y con amplias vegas, para habitarlo en los primeros siglos de nuestra era. Nos lo demuestran los abundantes restos encontrados en el pago denominado Los Villares, nombre que nos recuerda también a las villas, y que muy bien pudo ser el lugar en el que estuvo emplazado el antiguo Villanueva, primero romana o, si queremos tardo romana, y después medieval. Los restos arqueológicos encontrados en una gran extensión de terreno en dicho pago fueron y son abundantes, algunos de los cuales se podrán contemplar en el futuro museo de Benavente: cerámicas de varias clases, numerosas tegulas, ladrillos, piedras de molinos circulares, monedas, etc. También, tiene importancia el pavimento romano encontrado, sobre el que aparecieron varias tumbas antropomórficas abiertas en el mismo y orientadas hacia el Este. Se trataría de una villa romana, habitada en los siglos IV y V, y que fue aprovechada en época medieval como necrópolis. Todo esto nos indica que en los siglos siguientes ya se vivía por aquí, y que la repoblación de estas tierras se realizó muy pronto.
La destrucción o desaparición de este antiguo pueblo y su asentamiento en otro lugar, pudo ser debida al abandono o incluso a alguna catástrofe, provocada en este caso por los frecuentes desbordamientos de los ríos e inundaciones de su vega. Lo cierto es que, a partir del siglo XII lo tenemos ubicado cerca de una antigua iglesia románica, de cuyo estilo solamente se conserva hoy la torre espadaña, pues el resto del edificio data del siglo XVI y siguientes. Antiguo y de gran importancia es también el artesonado mudejar. Espadaña y artesonado han conseguido que la iglesia, goce del privilegio de BIC (Bien de Interés Cultural), desde Septiembre de 1982. Las frecuentes inundaciones provocaron daños en las casas del pueblo y también en su iglesia que necesitó de constantes reparaciones a lo largo de los siglos. Incluso hace pocos años tuvo lugar la restauración del artesonado, del coro y de algunas imágenes, en su interior, y del tejado y muros del exterior. La iglesia de Villanueva puede y merece ser visitada por todos los que, deseosos de conocer la comarca, se acerquen un día a este pueblo. No les defraudará.
Pero a Villanueva se puede ir, además, a ver el puente de hierro sobre el Esla, construido en los años 1930-1932 para el paso del ferrocarril. Se trata de una de las obras de ingeniería más importantes de toda la provincia, desconocida por muchos de los habitantes de estas tierras. Merece la pena verlo y recordar, in situ, el momento histórico de su construcción, el traslado de las estructuras de hierro al lugar, la colocación de las mismas y la solemnidad de la inauguración. Que lo vean quienes hoy tienen que decidir sobre la construcción de pequeños y necesarios puentes, para que los pueblos estén debidamente comunicados.
El paraje en el que se encuentra es digno de contemplar, no sólo por el puente, sino también por su entorno: arboledas de chopos, río, ribera y la misma vía del ferrocarril, sin circular, pero en espera. Sería un buen lugar, como área de esparcimiento, para los de Villanueva y seguro que también para muchos de Benavente, ciudad que no dispone de ningún paseo hacia los ríos, a pesar de tener algunos tan cerca. Atravesando el puente a pie, como han hecho y hacen muchos caminantes por la Vía de la Plata, sean o no peregrinos a Santiago, se puede pasar a Barcial el Barco o viceversa.
Pero Villanueva de Azoague también tiene algunas industrias, o mejor dicho tuvo, sobre todo la Azucarera del Esla, que proporcionó trabajo a muchas personas y contribuyó al progreso de esta comarca. Hoy han conseguido su cierre, pero ojalá que el proyecto, ya en marcha, de una fábrica de envasado de azúcar, o algo parecido, sirva también para lo mismo. La fábrica fue vital para Villanueva y más para Benavente, pues gran parte de los trabajadores vivían en esta ciudad. Y todos los días se desplazaban allí para el trabajo. Unos lo hacían en coche, otros en moto o en bicicleta, pero también muchos lo hacían a pie, como dando un paseo, pues la distancia entre Benavente y Villanueva no es mucha. Si se hace más larga es por el mal acceso que existe. Sería necesaria una carretera que llegase hasta el pueblo, con amplios arcenes o, mejor todavía, con aceras para los peatones, e incluso con iluminación, para caminar a gusto, los que vayan a su trabajo o simplemente los que quieran pasear o acercarse a Villanueva para ver el pueblo, su vega, su iglesia o el puente de hierro. También para pasear y andar, pues hoy más que nunca, es necesario que los poderes públicos preparen infraestructuras para el uso y disfrute de todos los ciudadanos. Son tan sólo dos kilómetros que contribuirían a unir más ambas localidades. Ojalá que los alcaldes de los municipios y la Diputación de Zamora, o quien sea, se acuerden un día de ello y lo lleven a efecto. Así se ve y ocurre en otras provincias entre poblaciones cercanas. También por aquí tiene que ser posible.
A Villanueva se puede acudir también a sus fiestas, las de San Gregorio Nacianceno o San Isidro en el mes de Mayo, o a la de la patrona de la iglesia, Ntra. Sra. de la Asunción, en el mes de agosto. Durante estos días se realizan actividades recreativas y culturales diversas. No faltan las taurinas. Pero no se olviden de consultar el programa, pues el Ayuntamiento, con su alcalde a la cabeza sorprende, a veces, a vecinos y forasteros con alguna actividad teatral o musical, muchas veces de tipo folklórico, de gran interés e importancia Y es que, para esto, además de fondos económicos, hay que tener imaginación, gusto, afición y sobre todo cultura. Ojalá que haya muchos alcaldes, como el de Villanueva, que utilicen también algunos dineros para actos culturales tan llamativos, como los que él organiza.
En Villanueva, como en muchos otros pueblos, también son amantes de las tradiciones, aunque sean pocas las existentes. Por eso se resisten a que desparezcan algunas de ellas. Vayan por allí sino el día de San Gregorio Nacianceno y verán las puertas y paredes de algunas casas con ramas de árboles. Es el homenaje de los hombres a las mujeres solteras y en edad de casarse. El ramo más grande y del mejor árbol, por su belleza y especie, lo colocan a las puertas de la iglesia, como muestra de devoción y homenaje a la Virgen, por parte de los habitantes el pueblo. Así manda la tradición.
De lo que sí se lamentan es de la desaparición de su campanero y al que recuerdan con agrado. De él nos habla Mari Cármen Fidalgo en su libro El Ayer y Hoy de Villanueva de Azoague. Él era quien mantenía la tradición de los toques de las dos campanas, existentes desde los años 1881 y 1913 respectivamente, en la torre Espadaña de la iglesia. Con ellas se convocaba a los vecinos para que acudieran a la misa y demás actos religiosos, y también cuando se trataba de realizar tareas comunes y en favor de la comunidad. Todos los de la Villanueva del campanero conocían los toques de Alborada, Bien vas, Mediodía, Oscurecer, Arrebato, Concejo o Hacendera. Hoy las campanas tocan menos, aunque siguen tocando, pero no con el lenguaje que les daba su campanero.
Paisajes, patrimonio, fiestas, tradiciones etc, es lo que nos ofrecen los pueblos, todo ello muy respetable y que debemos conocer y valorar. También lo vemos en Villanueva de Azoague, nombre con raíces romanas y árabes, y también con mucha historia, de la que hemos querido dejar aquí algunos apuntes.

martes, 24 de enero de 2012

Exposición de esculturas sobre Unamuno en Salamanca.

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El escritor con su capa, sentado en una mesa y rodeado de esculturas.
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Cabeza de Unamuno en piedra de cuarzo.
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Busto del escritor realizado en marmol.
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Cabeza en madera de encina.
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Otra cabeza en marmol.
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Figura de Unamuno en piedra de basalto.
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D. Miguel de Unamuno en lava de volcán.
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Escultura que representa a Unamuno con su mujer.
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Un rostro, un tanto original, del escritor.
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Mesa con pajaritas, como las que hacía Unamuno, y sellos de correos con su imagen.
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Del 19 de diciembre al 15 de enero pudimos ver en Salamanca, concretamente en la oficina de Correos de la calle León Felipe, una exposición de esculturas, principalmente cabezas y rostros de Unamuno, realizados con piedras de diversa clase: mármol, granito, alabastro, cuarzo, basalto, etc. También había alguna de madera de encina.
Su autor es Ignacio Sánchez Ramos, artesano y, también artista, por afición y dedicación, más que por preparación y estudios, pues la época en la que nació, y le tocó vivir y trabajar, no le permitió el acceso a la educación y formación actual.
Nació en 1942 y, aunque ya está jubilado desde hace años de su oficio de albañil, lo que no abandonó nunca fue su dedicación a la escultura y pintura. Ni su admiración por la etnografía, de lo que tiene también numerosos objetos en su casa-taller y museo de Carbajosa de la Armuña, en donde ahora vive, o al menos pasa gran parte de su tiempo.
En otro momento escribiré sobre él y su vida en esta localidad, así como sobre los trabajos que ha hecho y sigue haciendo.
Ignacio, Nacho para sus vecinos, amigos y conocidos, es un enamorado de D. Miguel de Unamuno, hasta el punto de ser el protagonista y centro de atención de la mayor parte de sus obras, en estilos y formas distintas. Plasma su figura en esculturas, pinturas, dibujos y cualquier otro material que tenga a mano. Y quiere que lo que él hace contribuya también a darlo a conocer un poco más en este año en el se celebra el 75 aniversario de su muerte en Salamanca.
Ha expuesto ya en algún otro lugar y está a la espera de que cuenten con él para que ciudadanos de pueblos de la provincia, barrios de la ciudad, y también los forasteros, puedan ver y conocer sus trabajos en torno a Unamuno.
Ojalá se cumpla el deseo de este artista y artesano, popular, no sólo por vivir y centrar su actividad, en la actualidad, en un pueblo, Carbajosa de la Armuña, sino también por la sencillez y vivencias “populares” que nos muestra en gran parte de sus obras, sin perder originalidad y, por supuesto, belleza.
Todas las personas, sin excepción, pueden conocer, ver, e incluso admirar, lo que Ignacio ha hecho y sigue haciendo con sus cinceles, pinceles, y demás herramientas, aunque lo suyo no proceda de una formación académica, sino más bien de una persona autodidacta, con mucha actividad y trabajo, pero también con sabiduría y creatividad.

sábado, 21 de enero de 2012

Etnografía: Colección de Adolfo Álvarez, de San Pedro de Ceque.

Adolfo junto a algunos de los útiles o instrumentos relacionad0s con el agua o la agricultura, que tiene en el exterior de su local-almacén, también museo etnográfico.
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Un grupo de aldabas, cerraduras, herraduras y cestas.
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Candiles y faroles antiguos, de diversa forma y tamaño, y otros objetos.
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Trillo, sacos, alforjas, hormas de zapatos, sierra de san José...
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Otro grupo de objetos, utilizados antiguamente.
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Adolfo con un calentador de cerámica en sus manos.
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Troncos de fresnos secos centenarios, que ha traido del monte y colocado en el exterior del local.
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La seranada, candil utilizado, antiguamente, en el serano, reunión nocturna con tertulia.
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Objetos variados, algunos de uso doméstico.
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Colleras, collerines y algunas cestas.
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Antiguo palanganero de metal, utilizado en los domicilios para el lavado de manos y cara.
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Durante los años en los que estuve colaborando en el semanario La Voz de Benavente sobre el patrimonio y las tradiciones populares de los pueblos de la comarca en sus distintos aspectos: arqueología, medio ambiente, costumbres, oficios tradicionales, fiestas, artesanía de jubilados, etc. pude comprobar que también había personas, jubiladas o no jubiladas, amantes de las tradiciones que, por afición y por respeto al pasado, se dedicaron a recoger o, si queremos, coleccionar, objetos y útiles de todo tipo, relacionados con la antigüedad. Y sobre estas personas escribí también algunos de mis reportajes.
Uno de ellos fue Adolfo Álvarez Blanco, de San Pedro de Ceque, a quien todos conocen y llaman con el apodo o sobrenombre Baileto. Lo visité en una tarde lluviosa del mes de Abril y al preguntarle por esta su afición me dijo:
“Desde siempre tuve ilusión y me gustó reunir piezas u objetos que fuesen, mostrasen y enseñasen algo relacionado con el pasado, con la tradición, costumbre y forma de vivir de nuestros mayores. Las circunstancias de la vida, el trabajo y la atención a la familia me impidieron dedicar mucho tiempo a ello, pero ahora, desde hace cinco años en que me jubilé, ya es distinto”.
Y es que Adolfo, nació en San Pedro, cursó aquí sus estudios primarios y aquí trabajó en el campo, como agricultor, durante varios años. También fue emigrante, como casi todos sus vecinos, un año en Francia y seis en Alemania. Al regresar a España ejerció de funcionario hasta su jubilación a los 55 años. Ahora tiene ya más de 60.
La procedencia de los objetos o piezas es diversa: la mayor parte de ellos son regalos de familiares, amigos o conocidos; otros, recogidos por él mismo en ruinas o escombros procedentes de viviendas u otros edificios destruidos; algunos, aunque muy pocos, los ha comprado porque le interesaban. “La verdad es que he invertido muy poco en esto”, me dice.
Pero veo que en lo que sí ha invertido Adolfo es en preparar el local para albergar su colección, tanto en el exterior del mismo, como en su interior. Se trata de una nave que se encuentra a las afueras del pueblo, muy cerca del camino que conduce a la ermita de Nuestra Señora de las Nieves.
En el exterior de la misma, muy limpio y ordenado, se ven algunos útiles, herramientas o artilugios relacionados con la agricultura: un potro, varios arados, etc. Destacan los instrumentos o medios de que se ha servido el hombre desde la antigüedad para sacar agua de los pozos, entre ellos el cigüeñal y la noria. Y ya más modernos la bomba y los diversos motores.
Adornan también el exterior y llaman la atención unos enormes troncos de fresno seco, a los que él intenta dar vida colocando sobre ellos animales, aunque disecados o de plástico, o nidos de cigüeña. Todo ello artificial, pero con un gran sentido y sentimiento por su parte.
“Estos troncos estaban secos en el monte y he tenido el gusto y la molestia de arrancarlos, traerlos y colocarlos aquí, aunque sólo sea para su contemplación y añoranza. Hay que tener en cuenta que se trata de árboles centenarios, pueden tener 300 o 400 años, y no me explico cómo se han secado y no se han protegido debidamente”.
Y es que Adolfo, como muchos de sus vecinos de San Pedro de Ceque, respetuoso con el pasado y la tradición, lo es también con la naturaleza que le rodea y, aunque muerta, como en este caso, quiere darle vida, informando a los demás de la situación en que se encuentra.
Pero es en el interior de la nave en donde está toda su colección de etnografía, cientos de piezas u objetos, muy difícil de enumerar en breve espacio, relacionadas:
-Con la casa y la vida familiar: platos, cazos, palanganas y palanganeros, faroles y candiles variados, entre ellos la seranada, usado antiguamente por los vecinos en las reuniones nocturnas, con tertulia incluida, denominadas el serano.
-Con la Iglesia y las tradiciones religiosas: hacheros, palmatorias, reclinatorios y hasta un bonete de cura. Como especial me enseña la capuchina, antiguo candil de mecha, con capuchón para apagarlo. Se usaba mucho en las procesiones, al menos cuando él era pequeño.
-Con la agricultura y la ganadería: arados varios, arreos para el ganado, medidas de cereales de madera, zarandas, aparatos para majar y cardar el lino, etc.
-Con la bodega y la elaboración del vino: embudos, cántaras, canillas, y otros.
Y relacionados con los distintos oficios tradicionales y artesanos como:
-El guarnicionero: collera y collerines, cabezadas, melenas, leguis, etc.
-El herrero: cerraduras y aldabas, manillas, bisagras, llaves, trébedes y muchas herraduras de ganado caballar y vacuno.
-El alfarero: variedad de cántaros y pucheros, platos y jarros. Me enseña aparte el calentador de agua para la cama, hecho de cerámica, y me explica como se utilizaba.
-El cestero y talegonero: cestas de petición y ofrenda usadas en la iglesia, cestas de ferroviario, nansa para pescar o contener los peces, y talegas y talegones utilizados en la vendimia.
Y otros muchos objetos y piezas que dejan ver su afición y respeto por el pasado y la tradición, frente a aquellos que muestran indiferencia y menosprecio hacia este tipo de cosas. Además conoce, no sólo el origen y procedencia de casi todas sus piezas, sino también el servicio o utilidad que tenían, antiguamente, en el vivir de cada día.
Además, Manuel cree y está convencido de que su colección sirve de enseñanza. De hecho todos los que se acercan a verla, aprenden algo y él se siente satisfecho de poder comentar y recordar a los visitantes algunos aspectos de esa vida en el pasado. Por ahora casi todas las personas que se han acercado allí para verlo son de su pueblo, pero no tiene inconveniente en que lo vean los demás.
Los museos etnográficos provinciales, comarcales o incluso locales son abundantes en Castilla y León. Hace muy pocos años se inauguró en Mansilla de las Mulas el Museo Etnográfico de León. Está ubicado en lo que era el antiguo convento de San Agustín, restaurado y remodelado casi en su totalidad. Merece la pena ser visitado.
La existencia de museos comarcales es también útil e interesante y no tiene por qué ser obstáculo para los demás existentes. Con ellos, y debido a la cercanía, se facilita más y mejor la visita a los ciudadanos de la comarca en que se encuentren. Lo justo y normal sería que existiese uno en la ciudad de Benavente, con una función distinta al regional que ya existe en la capital. Se centraría más en las costumbres y tradiciones de estos pueblos de los Valles. Pero, a falta de este museo, bienvenida la existencia de estas colecciones como la de Adolfo, y otras que iremos viendo, para que los ciudadanos puedan conocer de cerca algo de lo que queda del pasado, gracias a estas personas, a las que su afición y desinterés les ha llevado a reunir este tipo de objetos.

martes, 17 de enero de 2012

Artesano jubilado: Miguel de la Torre, de Torneros de la Valdería.

Miguel junto a la maqueta de la catedral de Burgos, su obra de más trabajo y la que más aprecia.
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La maqueta completa de la catedral de Burgos, en la que empleó 14.000 horas hasta completarla.

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Colegiata de Toro, hecha hace ya varios años.
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Torre del reloj, de Toro, una de sus últimas obras.
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También ha hecho carros en miniatura como este, y otros aperos, relacionados con la agricultura.
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Y algunas armas como este cañón, recordando su profesión durante varios años.
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Cajitas de madera con una cerradura especial, que llama la atención.
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En la planta baja del local tiene sus máquinas y herramientas. En la imagen está haciendo una demostración con el torno de hierro.
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La herramientas se ven en las paredes y bajo las mesas, ocultas, están las máquinas.
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Por esta escalera, hecha por él, sube a la parte de arriba del local-taller.
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Estaba preparando un pequeño árbol con medra y hierro.
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Tronco de madera y ramas de hierro, preparados ya para formar el árbol.
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En un viaje a la comarca de la Valdería (León), (en el mes de agosto de 2010) en compañía de José Luis Zanfaño, que fue viajante en su vida laboral y que ahora, de jubilado es buen viajero, y gran conocedor del paisaje de la zona, y también del paisanaje, visitamos el pueblo de Torneros. En él vive casi todo el año Miguel de la Torre Manteca, un jubilado más, que se halla enfrascado en sus aficiones y trabajos con madera y hierro, materiales con los que, dando rienda suelta a su imaginación y sabiduría práctica, elabora trabajos dignos de admirar.
Miguel nació en Toro (Zamora) en el año 1940, pasó allí su infancia y estudió en el colegio de los Escolapios “estoy muy contento de haber estudiado con ellos, pues aprendí muchas cosas y tengo una buenos recuerdos, aunque solamente hice el bachillerato”. En Toro vive su madre, (tiene ya 100 años), a la que todos los años hace algunas visitas. Y no lejos de su ciudad natal, concretamente en Villanubla (Valladolid), cumplió el servicio militar.
Durante algunos años trabajó ayudando a su padre en el oficio de herrero. Con él aprendió y se practicó en el manejo del hierro. Pero, poco después de hacer la mili, se fue a trabajar a Eibar, como armero, concretamente en la fábrica de Victor Sarrasqueta. Aquí vivió algún tiempo hasta que se trasladó definitivamente a Burgos para trabajar como encargado de mantenimiento de maquinaria industrial, en donde se jubiló.
Su vida, pues, ha transcurrido entre Toro, Eibar, Burgos y ahora Torneros, este pequeño pueblo de la provincia de León, en la comarca de la Valdería. Y es que Torneros, además de ser un bonito lugar del valle, con abundante agua y vegetación, que se encuentra no muy lejos de la cabrera alta, es el pueblo de su mujer y en él tienen una casa. Y aquí, puede disponer también de un taller, pequeño, pero muy surtido en máquinas y herramientas. Además, en la parte de arriba dispone de una sala para exponer los objetos o piezas que elabora.
A los viajeros y visitantes nos llama la atención cómo tiene tantas cosas en tan poco espacio, sobre todo en el taller, pues solamente mide 24 metros cuadrados y con su imaginación y sabiduría práctica ha conseguido instalar y disponer para hacer sus trabajos de: fresadora, disco de cortar madera, cepillo de madera, torno mecánico, torno de madera, copiadora, taladro de columna, dos tornillos de banco, dos compresores, un yunque (de más de 50 kilos heredado de su padre), una fragua, una lijadora de banda y una soldadora eléctrica ‘Imber’.
La mayor parte de estas máquinas o herramientas están ocultas bajo los bancos o mesas metálicas que están junto a la pared del local. Con un mecanismo especial las mete o saca para poder trabajar con ellas. Por supuesto que también en la pared, y bien colocadas, están las demás herramientas, gran parte de ellas de manejo manual.
“No hay taller en el mundo, nos dice Miguel, que tenga toda esta maquinaria, instrumentos y herramientas en tan poco espacio, ni tratándose de profesionales del oficio”. José Luis y yo estamos de acuerdo con él y valoramos su ingenio y sabiduría para conseguirlo. Y es que, además, muchas de las piezas que ha utilizado, y algunos motores, proceden de lavadoras, frigoríficos, etc., y otro tipo de electrodomésticos o útiles domésticos, ya desechados. El los ha reciclado y les ha dado un nuevo uso.

Al tiempo que nos enseña el taller, su taller, va contando cosas sobre algunas de las máquinas: “Este torno de hierro es una maravilla” y se dispone a preparar con él una pieza, para que veamos su funcionamiento.
Después de enseñarnos las máquinas ocultas bajo mesas o estanterías, subimos por un escalera de hierro, también obra suya, a la habitación que esta sobre él, del mismo tamaño, y que le sirve de museo o lugar para colocar sus obras hechas en madera y en hierro.
En madera tiene la colegiata y la torre del reloj de Toro. Este es su último trabajo, con carillón incluido, que toca a las horas, como hemos comprobado. También ha hecho algunas cajas, tipo cofres o joyeros, un barco, un carro con cañón en miniatura, un carro de varas, escudos y marcos para cuadros, castañuelas, etc.
Pero destaca entre todas la catedral de Burgos, una gran maqueta realizada con todo tipo de detalles: a las torres, puertas, paredes y demás no les falta nada; destacan los pináculos y los arbotantes o botarelles; se pueden apreciar bien las esculturas y demás decoración exterior, etc. Y lo mismo que a los monumentos de Toro ha puesto iluminación en su interior. Al encender las luces se ven también los cristales o vidrieras de las ventanas.
“La hice a escala, con las medidas exactas para este tamaño. Me ha costado diez años terminarla, de 1988 a 1998. Han sido unas 14.000 horas de trabajo. Empecé incluso antes de jubilarme. Ha estado expuesta en varios lugares, sobre todo en Burgos y provincia”.
La verdad es que la maqueta nos llama la atención por la finura y exquisitez empleada, hasta en las cosas más pequeñas. No es de extrañar que Miguel se sienta satisfecho y que cuide, e incluso valore, ¿por qué no? su obra artesana. Y seguro que seguirá haciendo cosas parecidas. De hecho nos comenta que tiene ahora entre manos confeccionar un bargueño, en el que utilizará huesos de vaca en las pequeñas incrustaciones.
Y como herrero y armero no podían faltar los objetos o piezas de hierro. Por allí vemos algunas armas con las culatas o empuñaduras de madera perfectas. También hizo la mesa sobre la que está colocada la catedral y la escalera de subir a la planta que está sobre el taller. Cuando llegamos estaba preparando un adorno que consistía en un árbol con el tronco de madera y las ramas, hojas y frutos de hierro.
Miguel lleva ya siete años de jubilado y, aunque empezó antes de jubilarse con esta afición relacionada con su trabajo, la mayor parte lo ha hecho después de jubilarse. Y ha sido en Torneros en donde ha pasado y pasa más tiempo, pues viene en Marzo y se va en Noviembre. El resto del año en Burgos, con algunos viajes a Toro.
Termina diciéndonos lo siguiente: “he invertido mucho en todo esto, que si el taller y las máquinas, aunque haya aprovechado y reciclado cosas, que si las demás herramientas, que si los materiales para las piezas que tengo hechas y sigo haciendo, etc. Y al no disponer de un gran espacio tuve que ingeniármelas para meterlo todo aquí, aunque está ordenado y bien dispuesto, para tenerlo a mano”.
Vemos que hasta lo del orden se le da bien y que incluso le lleva tiempo. Y es que en esto, como en todo, hay algunos que también son especialistas.