Monumento antiguo y actual de Burganes de Valverde
Parte del antiguo monumento de Santa Colomba de las Monjas
Sargas del antiguo monumento de Abraveses de Tera
Una de las carracas utilizadas en Quiruelas de Vidriales
Matraca de aldabas de la iglesia de Santa María del Azogue de Benavente
Los rezos y las vivencias religiosas se acrecentaban cuando llegaba la última semana de Cuaresma, la Semana Santa. Los Via Crucis eran más solemnes, había procesiones, y misereres, junto con otros cánticos de dolor o lamentación, se oían con frecuencia durante estos días anteriores a la Pascua.
Antes de que llegase el Domingo de Ramos se limpiaba la iglesia para los actos de la Semana y el lunes o martes se preparaba y reunía todo lo necesario para colocar el monumento. Los niños sacaban de los baúles o bajaban de los desvanes las matracas para tenerlas a mano y utilizarlas en su momento, principalmente el Miércoles Santo, durante la celebración de las Tinieblas.
1.- Con la palabra monumento quiero hacer referencia al altar especial que se preparaba antiguamente en las iglesias en estos días. Los mayores recuerdan bien lo que significaba y representaba esta palabra. En muchos lugares era una estructura de madera, telas (sargas) y otros adornos que se colocaba delante del retablo mayor del templo o en alguna de las capillas laterales En el centro del mismo había un altar con tabernáculo o sagrario en el que, a partir de los oficios de Jueves Santo, y en solemne procesión, se llevaría y colocaría el copón con las hostias consagradas hasta la celebración de los oficios del Viernes Santo
Este monumento, a modo de retablo con altar, se preparaba en algunos pueblos con gran cuidado y esmero. La estructura de madera era desmontable y tanto las tablas, como las telas o sargas que lo adornaban, podían estar pintadas o decoradas con escenas de la Pasión de Cristo: el Calvario, la Crucifixión, el sepulcro, etc., o de personajes bíblicos, protagonistas de algún modo de la misma: Pilatos, apóstoles, evangelistas, etc. Las sargas pintadas que colgaban del mismo producían un efecto de antigüedad, además de belleza. En algunos no faltaban dos guardias o soldados a ambos lados, como para custodiarlo. Se les representaba en tablas de madera o telas con la imagen pintada sobre ellas. Son muchas las personas que así lo recuerdan.
Durante esos días se oía decir con frecuencia: “Hoy se coloca el monumento”, o “estas flores o velas son para el monumento”. En la actualidad son pocos los pueblos que lo conservan, tal y como ocurría antes. En esta comarca se mantiene la tradición en algunos pueblos, como Santa Colomba de las Monjas, Burganes de Valverde, etc. Y otros conservan con esmero algunas de las sargas o tablas pintadas que utilizaban en él, como hemos visto en Abraveses, Sitrama de Tera, etc.
Lo normal, como he dicho anteriormente, era colocarlo sobre el retablo mayor y central de la iglesia. De hecho en donde esto ocurría solían disponer ya de poleas, clavos o ganchos, fijos en el lugar de un año para otro. Pero había pueblos en los que se colocaba en otras capillas y sobre otros retablos. Y en hacerlo se empleaba siempre bastante tiempo.
Aunque se instalase al comienzo de la semana e incluso antes, se utilizaba principalmente el Jueves y Viernes Santos. El Jueves, una vez trasladado el Santísimo al mismo, comenzaban las visitas de los fieles que se prolongaban al menos hasta los oficios del Viernes, (día en que el protagonismo pasa a ser de la Cruz). Se decía ‘visitar el monumento’ o ‘velar al Santísimo’. Y es que, aparte de las visitas de los feligreses y fieles, individualmente o en familia, las cofradías, asociaciones como la Adoración nocturna si existía, u otras, establecían turnos de vela de día y de noche. La cosa es que siempre hubiera alguien presente cumpliendo con esa obligación o compromiso.
Durante la visita se rezaba una ‘estación a Jesús Sacramentado’, que consistía en varios Padrenuestros y Avemarías intercalando entre ellos la siguiente plegaria: -Viva Jesús Sacramentado, decía el que dirigía la oración. -Viva y de todos sea amado, contestaban los demás. Después de los rezos, el silencio y el recogimiento ocupaban el lugar y la mente de todos.
Mucha gente hacía, no sólo una sino varias visitas, incluso al mismo monumento. Y si en el pueblo o ciudad había varias iglesias se recorrían, se visitaban y se rezaba en todos. La devoción cristiana a la Eucaristía era muy intensa durante este día de Jueves Santo.
Algunas personas, individualmente, o en representación de la familia, solían llevar una vela (de cuarterón o de media libra) que encendían para que alumbrase durante la visita. Se colocaba junto a otras muchas que ya había en el monumento. Esta vela, a la que se ponía una señal para poder distinguirla entre todas las demás, se llevaba después para casa y se encendía en tiempo de tormenta, como protección y para evitar la caída de un rayo (o chispa, según decían).
A los oficios religiosos de estos tres días solía asistir mucha gente y lo hacía con gran respeto y recogimiento.
2.- Tinieblas, lo mismo que tenebrario, procede del latín tenebras y significa obscuridad, falta de luz, pues era se celebraban por la tarde, ya casi de noche y con la iglesia a oscuras.
Era un oficio litúrgico (officium tenebrarum) propio de los días de la Semana Santa, en principio del Jueves y Viernes. Después pasó a celebrarse el Miércoles Santo. Se trataba del cántico de las antífonas, responsorios y salmos correspondientes a las horas litúrgicas Maitines y Laudes de estos días, según el Oficio Divino. No faltaban las lecturas en las que se recordaba la Pasión de Cristo, su agonía y muerte, exequias y sepultura. Y se hacía todo ello casi en total obscuridad, tan sólo con las velas del tenebrario encendidas.
Con este acto en el que no faltaba el ruido de matracas y carracas, como veremos luego, se pretendía recordar los últimos momentos de la vida de Cristo, según cuenta el Evangelio: “Desde la hora sexta se extendieron las tinieblas sobre la tierra hasta la hora nona. Hacia la hora nona exclamó Jesús con voz fuerte diciendo: ¡Eli, Elí, lema sabachtani! (Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?)”. Y sigue diciendo “la cortina del templo se rasgó de arriba abajo en dos partes, la tierra tembló y se hendieron las rocas; se abrieron los monumentos y muchos cuerpos de santos que dormían resucitaron…”. (Mat. 27, 45-52).
En el centro de la iglesia se colocaba un tenebrario, candelabro triangular con pie alto y sobre el que había 15 velas, que se encendían al comienzo. Cura y sacristán se pasaban largo tiempo cantando. En algunos pueblos, se formaban dos grupos que se colocaban en lugares distintos de la iglesia. Cada grupo cantaba, alternando los distintos versículos de los salmos.
Los feligreses se colocaban en el lugar de costumbre, mujeres adelante y hombre detrás. Los niños, provistos de sus matracas o carracas, en el crucero de la iglesia, no lejos del altar mayor, ni del tenebrario.
Aunque los cánticos duraban más de una hora, cada cierto tiempo y después de cantar uno o más salmos o antífonas, por supuesto que en latín, se iban apagando las velas del tenebrario, pero una a una, no todas al mismo tiempo. Las luces de la iglesia iban dejando también de alumbrar. Solamente cuando se apagaban todas las velas y las luces de la iglesia, los niños tocaban las matracas y carracas, y se hacia todo el ruido posible. Hasta se movían para ello los reclinatorios, las sillas y los bancos de la iglesia, si los había. El ruido era tremendo y la oscuridad contribuía a que se sintiese aún más, y a que se cometiesen algunos hechos desagradables, como rotura de algunos bancos y sillas, o se tomasen bromas entre los asistentes aprovechando la oscuridad reinante. En detener el jolgorio ocasionado se ocupaba el cura, contando con ayuda del sacristán y algunas otras personas.
Incluso ocurría que los niños, impacientes por que llegase el final de tanto cántico, tocaban a destiempo sus matracas e incluso se acercaban a apagar la velas, antes de tiempo, produciéndose con ello cierta confusión, junto al enfado del cura y del sacristán.
Las tinieblas, como algunos otros actos litúrgicos dejaron de celebrarse. En ello pudo influir este desorden durante la celebración, pero tal vez se debiese a los cambios introducidos posteriormente por la iglesia en relación con algunas de las prácticas tradicionales.
Las matracas eran para los niños un motivo de diversión y las tocaban por las calles y plazas en estos días anteriores a la conmemoración de la muerte de Cristo. Algunas personas se quejaban con razón de que durante estos días se les diese tanto la matraca, nunca mejor dicho.
Publicado en La Voz de Benavente y Comarca el día 9 de Abril de 2009
Los rezos y las vivencias religiosas se acrecentaban cuando llegaba la última semana de Cuaresma, la Semana Santa. Los Via Crucis eran más solemnes, había procesiones, y misereres, junto con otros cánticos de dolor o lamentación, se oían con frecuencia durante estos días anteriores a la Pascua.
Antes de que llegase el Domingo de Ramos se limpiaba la iglesia para los actos de la Semana y el lunes o martes se preparaba y reunía todo lo necesario para colocar el monumento. Los niños sacaban de los baúles o bajaban de los desvanes las matracas para tenerlas a mano y utilizarlas en su momento, principalmente el Miércoles Santo, durante la celebración de las Tinieblas.
1.- Con la palabra monumento quiero hacer referencia al altar especial que se preparaba antiguamente en las iglesias en estos días. Los mayores recuerdan bien lo que significaba y representaba esta palabra. En muchos lugares era una estructura de madera, telas (sargas) y otros adornos que se colocaba delante del retablo mayor del templo o en alguna de las capillas laterales En el centro del mismo había un altar con tabernáculo o sagrario en el que, a partir de los oficios de Jueves Santo, y en solemne procesión, se llevaría y colocaría el copón con las hostias consagradas hasta la celebración de los oficios del Viernes Santo
Este monumento, a modo de retablo con altar, se preparaba en algunos pueblos con gran cuidado y esmero. La estructura de madera era desmontable y tanto las tablas, como las telas o sargas que lo adornaban, podían estar pintadas o decoradas con escenas de la Pasión de Cristo: el Calvario, la Crucifixión, el sepulcro, etc., o de personajes bíblicos, protagonistas de algún modo de la misma: Pilatos, apóstoles, evangelistas, etc. Las sargas pintadas que colgaban del mismo producían un efecto de antigüedad, además de belleza. En algunos no faltaban dos guardias o soldados a ambos lados, como para custodiarlo. Se les representaba en tablas de madera o telas con la imagen pintada sobre ellas. Son muchas las personas que así lo recuerdan.
Durante esos días se oía decir con frecuencia: “Hoy se coloca el monumento”, o “estas flores o velas son para el monumento”. En la actualidad son pocos los pueblos que lo conservan, tal y como ocurría antes. En esta comarca se mantiene la tradición en algunos pueblos, como Santa Colomba de las Monjas, Burganes de Valverde, etc. Y otros conservan con esmero algunas de las sargas o tablas pintadas que utilizaban en él, como hemos visto en Abraveses, Sitrama de Tera, etc.
Lo normal, como he dicho anteriormente, era colocarlo sobre el retablo mayor y central de la iglesia. De hecho en donde esto ocurría solían disponer ya de poleas, clavos o ganchos, fijos en el lugar de un año para otro. Pero había pueblos en los que se colocaba en otras capillas y sobre otros retablos. Y en hacerlo se empleaba siempre bastante tiempo.
Aunque se instalase al comienzo de la semana e incluso antes, se utilizaba principalmente el Jueves y Viernes Santos. El Jueves, una vez trasladado el Santísimo al mismo, comenzaban las visitas de los fieles que se prolongaban al menos hasta los oficios del Viernes, (día en que el protagonismo pasa a ser de la Cruz). Se decía ‘visitar el monumento’ o ‘velar al Santísimo’. Y es que, aparte de las visitas de los feligreses y fieles, individualmente o en familia, las cofradías, asociaciones como la Adoración nocturna si existía, u otras, establecían turnos de vela de día y de noche. La cosa es que siempre hubiera alguien presente cumpliendo con esa obligación o compromiso.
Durante la visita se rezaba una ‘estación a Jesús Sacramentado’, que consistía en varios Padrenuestros y Avemarías intercalando entre ellos la siguiente plegaria: -Viva Jesús Sacramentado, decía el que dirigía la oración. -Viva y de todos sea amado, contestaban los demás. Después de los rezos, el silencio y el recogimiento ocupaban el lugar y la mente de todos.
Mucha gente hacía, no sólo una sino varias visitas, incluso al mismo monumento. Y si en el pueblo o ciudad había varias iglesias se recorrían, se visitaban y se rezaba en todos. La devoción cristiana a la Eucaristía era muy intensa durante este día de Jueves Santo.
Algunas personas, individualmente, o en representación de la familia, solían llevar una vela (de cuarterón o de media libra) que encendían para que alumbrase durante la visita. Se colocaba junto a otras muchas que ya había en el monumento. Esta vela, a la que se ponía una señal para poder distinguirla entre todas las demás, se llevaba después para casa y se encendía en tiempo de tormenta, como protección y para evitar la caída de un rayo (o chispa, según decían).
A los oficios religiosos de estos tres días solía asistir mucha gente y lo hacía con gran respeto y recogimiento.
2.- Tinieblas, lo mismo que tenebrario, procede del latín tenebras y significa obscuridad, falta de luz, pues era se celebraban por la tarde, ya casi de noche y con la iglesia a oscuras.
Era un oficio litúrgico (officium tenebrarum) propio de los días de la Semana Santa, en principio del Jueves y Viernes. Después pasó a celebrarse el Miércoles Santo. Se trataba del cántico de las antífonas, responsorios y salmos correspondientes a las horas litúrgicas Maitines y Laudes de estos días, según el Oficio Divino. No faltaban las lecturas en las que se recordaba la Pasión de Cristo, su agonía y muerte, exequias y sepultura. Y se hacía todo ello casi en total obscuridad, tan sólo con las velas del tenebrario encendidas.
Con este acto en el que no faltaba el ruido de matracas y carracas, como veremos luego, se pretendía recordar los últimos momentos de la vida de Cristo, según cuenta el Evangelio: “Desde la hora sexta se extendieron las tinieblas sobre la tierra hasta la hora nona. Hacia la hora nona exclamó Jesús con voz fuerte diciendo: ¡Eli, Elí, lema sabachtani! (Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?)”. Y sigue diciendo “la cortina del templo se rasgó de arriba abajo en dos partes, la tierra tembló y se hendieron las rocas; se abrieron los monumentos y muchos cuerpos de santos que dormían resucitaron…”. (Mat. 27, 45-52).
En el centro de la iglesia se colocaba un tenebrario, candelabro triangular con pie alto y sobre el que había 15 velas, que se encendían al comienzo. Cura y sacristán se pasaban largo tiempo cantando. En algunos pueblos, se formaban dos grupos que se colocaban en lugares distintos de la iglesia. Cada grupo cantaba, alternando los distintos versículos de los salmos.
Los feligreses se colocaban en el lugar de costumbre, mujeres adelante y hombre detrás. Los niños, provistos de sus matracas o carracas, en el crucero de la iglesia, no lejos del altar mayor, ni del tenebrario.
Aunque los cánticos duraban más de una hora, cada cierto tiempo y después de cantar uno o más salmos o antífonas, por supuesto que en latín, se iban apagando las velas del tenebrario, pero una a una, no todas al mismo tiempo. Las luces de la iglesia iban dejando también de alumbrar. Solamente cuando se apagaban todas las velas y las luces de la iglesia, los niños tocaban las matracas y carracas, y se hacia todo el ruido posible. Hasta se movían para ello los reclinatorios, las sillas y los bancos de la iglesia, si los había. El ruido era tremendo y la oscuridad contribuía a que se sintiese aún más, y a que se cometiesen algunos hechos desagradables, como rotura de algunos bancos y sillas, o se tomasen bromas entre los asistentes aprovechando la oscuridad reinante. En detener el jolgorio ocasionado se ocupaba el cura, contando con ayuda del sacristán y algunas otras personas.
Incluso ocurría que los niños, impacientes por que llegase el final de tanto cántico, tocaban a destiempo sus matracas e incluso se acercaban a apagar la velas, antes de tiempo, produciéndose con ello cierta confusión, junto al enfado del cura y del sacristán.
Las tinieblas, como algunos otros actos litúrgicos dejaron de celebrarse. En ello pudo influir este desorden durante la celebración, pero tal vez se debiese a los cambios introducidos posteriormente por la iglesia en relación con algunas de las prácticas tradicionales.
Las matracas eran para los niños un motivo de diversión y las tocaban por las calles y plazas en estos días anteriores a la conmemoración de la muerte de Cristo. Algunas personas se quejaban con razón de que durante estos días se les diese tanto la matraca, nunca mejor dicho.
Publicado en La Voz de Benavente y Comarca el día 9 de Abril de 2009