Cabaña-caseta hecha con manojos de vid en una viña de San Cristobal de Entreviñas.
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Caseta con más servicios junto a una viña en San Cristóbal de Enttreviñas.
Caseta con más servicios junto a una viña en San Cristóbal de Enttreviñas.
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Todavía se conservan en algunos pueblos de los Valles las antiguas casetas “guardaviñas”, destinadas, como la misma palabra lo dice, a dar cobijo a la persona encargada de guardar o proteger la viña, sobre todo en tiempos de cosecha, contra los robos de las uvas o para alejar, en lo posible, a las aves.
Servían también para protegerse, en tiempo de lluvia o tormenta, quienes estuviesen realizando algún trabajo a lo largo del año: arar, podar, sulfatar, abonar o vendimiar, llegado el momento. En las casetas se guardaban los útiles de labranza y las talegas, cestos o talegones, necesarios para la recogida de la uva. Incluso se comía y se descansaba dentro de las mismas.
Las que hay en Tierra de Campos, el Páramo Leonés y gran parte de las de los Valles de Benavente están construidas con adobe o tapial, materiales más propios y asequibles en estas tierras, aunque también se ven algunas de ladrillo. La piedra se utiliza en otras regiones y sobre todo en comarcas y pueblos próximos a la sierra, en donde es más abundante.
Su forma exterior es cuadrada o rectangular. Y en el interior suelen tener un solo espacio o habitación con un lugar adecuado para el hogar, que servía para calentarse en el invierno o calentar la comida cuando fuese necesario. No falta la chimenea en el tejado, para la salida de los humos.
En otras regiones de España en las que se cultiva el viñedo, y sobre todo en la Rioja, se conservan guardaviñas que se denominan chozos o chozas y que tenían la misma o parecida función: servir de refugio y proteger a los agricultores de las inclemencias del tiempo y también para que los guardas o los dueños vigilasen sus cosechas. Son abundantes a partir de la segunda mitad del siglo XIX, pero se tiene noticias de que su origen es más antiguo, tal vez ya existiesen en el siglo XVI, aunque con nombre de cabañas. En general, son de piedra, de una sola planta cuadrangular, rectangular o circular y con una falsa cúpula. Construidos muchos de ellos en mampostería y solamente con sillares en la puerta y en las esquinas, estos guardaviñas son muy distintos a las casetas que se utilizan por estas tierras.
Muchos de estos chozos de la Rioja, lo mismo que las casetas, han desaparecido, pues en la actualidad no se consideran tan necesarias. Algunos de los que se conservan tienen gran importancia etnográfica y patrimonial.
Antiguamente era muy normal que los dueños o propietarios de varias viñas tuviesen siempre alguna a la que apreciaban y cultivaban con más esmero, pues su uva era variada y el vino procedente de ella de buena calidad. Es aquí donde solían construir una caseta guardaviñas en la que pasaban muchas horas a lo largo del año. Y no sólo cuando llegaba el momento de arar, podar, sulfatar, etc., sino sobre todo cuando la uva maduraba y se acercaba la época de la vendimia. Había que vigilar la viña contra robos de personas viandantes, y también de bandadas de pájaros, sobre todo estorninos, que en esta época son frecuentes.
En ocasiones el dueño o el guarda, que se encontraba dentro de la caseta, salía de la misma en el mismo momento en que se estaba cometiendo la infracción, con el consiguiente susto y sorpresa para los infractores. Su sola presencia era suficiente para que se evitase el robo.
A veces tomaba otras medidas disuasorias, tanto contra las personas como contra las aves: colocar paneles de madera con la inscripción ‘Prohibido el paso o acceso’ o espantapájaros en diversas partes de su viña. En cierta ocasión la imaginación del propietario-guarda fue a más y en un panel escribió: ‘Campo envenenado’ pensando en que se respetaría, pues comer uvas con los insecticidas o sulfatos podía ser peligroso para la salud. Pero no faltó tampoco la imaginación de uno de los que pasaban por allí que, a su anuncio prohibitivo, añadió lo siguiente: ‘Lavándolo, no hay cuidado’. Y allí estuvo el cartel hasta que el dueño descubrió la broma pesada que se le había hecho y lo retiró. En vista de lo cual decidió ir con más frecuencia a su caseta para vigilar su viña, no fiándose de anuncios ni de prohibiciones.
La caseta guardaviñas desempeñaba su función y se consideraba necesaria, por lo que, siempre que se deterioraba, se reparaba. En algunos pueblos de los Valles se ven algunas bastante antiguas, de adobe o tapial. Otras, más recientes, se construyeron de ladrillo.
En ocasiones y de modo provisional los agricultores construían y construyen en su viña con palos y manojos procedentes de la misma viña, una especie de caseta-cabaña. Estas suelen tener menos duración y era necesario renovarlas o reconstruirlas casi todos los años, pues el material se va destruyendo con el paso del tiempo. Desde dentro de ellas el guarda cuida y vigila también a su viña.
Todavía se conservan en algunos pueblos de los Valles las antiguas casetas “guardaviñas”, destinadas, como la misma palabra lo dice, a dar cobijo a la persona encargada de guardar o proteger la viña, sobre todo en tiempos de cosecha, contra los robos de las uvas o para alejar, en lo posible, a las aves.
Servían también para protegerse, en tiempo de lluvia o tormenta, quienes estuviesen realizando algún trabajo a lo largo del año: arar, podar, sulfatar, abonar o vendimiar, llegado el momento. En las casetas se guardaban los útiles de labranza y las talegas, cestos o talegones, necesarios para la recogida de la uva. Incluso se comía y se descansaba dentro de las mismas.
Las que hay en Tierra de Campos, el Páramo Leonés y gran parte de las de los Valles de Benavente están construidas con adobe o tapial, materiales más propios y asequibles en estas tierras, aunque también se ven algunas de ladrillo. La piedra se utiliza en otras regiones y sobre todo en comarcas y pueblos próximos a la sierra, en donde es más abundante.
Su forma exterior es cuadrada o rectangular. Y en el interior suelen tener un solo espacio o habitación con un lugar adecuado para el hogar, que servía para calentarse en el invierno o calentar la comida cuando fuese necesario. No falta la chimenea en el tejado, para la salida de los humos.
En otras regiones de España en las que se cultiva el viñedo, y sobre todo en la Rioja, se conservan guardaviñas que se denominan chozos o chozas y que tenían la misma o parecida función: servir de refugio y proteger a los agricultores de las inclemencias del tiempo y también para que los guardas o los dueños vigilasen sus cosechas. Son abundantes a partir de la segunda mitad del siglo XIX, pero se tiene noticias de que su origen es más antiguo, tal vez ya existiesen en el siglo XVI, aunque con nombre de cabañas. En general, son de piedra, de una sola planta cuadrangular, rectangular o circular y con una falsa cúpula. Construidos muchos de ellos en mampostería y solamente con sillares en la puerta y en las esquinas, estos guardaviñas son muy distintos a las casetas que se utilizan por estas tierras.
Muchos de estos chozos de la Rioja, lo mismo que las casetas, han desaparecido, pues en la actualidad no se consideran tan necesarias. Algunos de los que se conservan tienen gran importancia etnográfica y patrimonial.
Antiguamente era muy normal que los dueños o propietarios de varias viñas tuviesen siempre alguna a la que apreciaban y cultivaban con más esmero, pues su uva era variada y el vino procedente de ella de buena calidad. Es aquí donde solían construir una caseta guardaviñas en la que pasaban muchas horas a lo largo del año. Y no sólo cuando llegaba el momento de arar, podar, sulfatar, etc., sino sobre todo cuando la uva maduraba y se acercaba la época de la vendimia. Había que vigilar la viña contra robos de personas viandantes, y también de bandadas de pájaros, sobre todo estorninos, que en esta época son frecuentes.
En ocasiones el dueño o el guarda, que se encontraba dentro de la caseta, salía de la misma en el mismo momento en que se estaba cometiendo la infracción, con el consiguiente susto y sorpresa para los infractores. Su sola presencia era suficiente para que se evitase el robo.
A veces tomaba otras medidas disuasorias, tanto contra las personas como contra las aves: colocar paneles de madera con la inscripción ‘Prohibido el paso o acceso’ o espantapájaros en diversas partes de su viña. En cierta ocasión la imaginación del propietario-guarda fue a más y en un panel escribió: ‘Campo envenenado’ pensando en que se respetaría, pues comer uvas con los insecticidas o sulfatos podía ser peligroso para la salud. Pero no faltó tampoco la imaginación de uno de los que pasaban por allí que, a su anuncio prohibitivo, añadió lo siguiente: ‘Lavándolo, no hay cuidado’. Y allí estuvo el cartel hasta que el dueño descubrió la broma pesada que se le había hecho y lo retiró. En vista de lo cual decidió ir con más frecuencia a su caseta para vigilar su viña, no fiándose de anuncios ni de prohibiciones.
La caseta guardaviñas desempeñaba su función y se consideraba necesaria, por lo que, siempre que se deterioraba, se reparaba. En algunos pueblos de los Valles se ven algunas bastante antiguas, de adobe o tapial. Otras, más recientes, se construyeron de ladrillo.
En ocasiones y de modo provisional los agricultores construían y construyen en su viña con palos y manojos procedentes de la misma viña, una especie de caseta-cabaña. Estas suelen tener menos duración y era necesario renovarlas o reconstruirlas casi todos los años, pues el material se va destruyendo con el paso del tiempo. Desde dentro de ellas el guarda cuida y vigila también a su viña.