lunes, 11 de noviembre de 2013

Artesano jubilado: Porfirio Botrán,de Bretó de la Ribera.

Tenía ya 89 años cuando lo visité. Nació en Espino de la Orbada (Salamanca), pero desde los 10 vivió en Bretó de la Ribera. Resulta que su padre, que era molinero, a los 40 años vino a trabajar en su oficio a la aceña o molino que había en Puente Quintos. Y con él toda la familia. Después arrendaron la aceña del Hoyo y cuando su padre falleció se encargó él de ella. Ello hizo que Porfirio se estableciese en Bretó en donde se casó y tuvo cuatro hijos. 
            “Los primeros años fui a la escuela del pueblo de Salamanca en el que nací y después a la de Bretó. Tenía que venir andando todos los días, con lluvia, frío, o lo que fuese, cuando vivíamos primero en Puente Quintos y luego en el Convento del Hoyo, al menos hasta cumplir los 14 y terminar los estudios primarios. Y después de la escuela a trabajar”.
En el pago denominado ‘El Hoyo’ de Bretó de la Ribera existió un priorato dependiente del Monasterio de Moreruela. Lo conocen y lo llaman por allí el Convento o Casa de los Frailes. Vivían allí los monjes que atendían la molienda, y los cañales para la pesca, a la que tenían derecho. Les servía además de residencia y hospital para ancianos y enfermos. En aquella época, las aceñas o molinos propiedad de dicho Monasterio eran tres: el de San Andrés, situado en el término de Granja de Moreruela, el de Puente Quintos en Santa Eulalia de Tábara y el del Hoyo, al que me estoy refiriendo.
Estado actual del Convento del Hoyo.
Puerta de entrada al convento.
Patio interior.
En este antiguo priorato, o pequeño convento, vivió Porfirio unos años con su familia, mientras estuvo encargado de la aceña, y también de la pesca, que era otro de sus trabajos u ocupaciones y que sin duda le proporcionaba algunos ingresos. Me acerco con él a dicho lugar y sobre la marcha me va contando sus recuerdos y vivencias:
“Hace años que no venía por aquí. Lo encuentro muy cambiado y cada vez más destruido. Ya casi no queda nada de las dependencias que tenía el Convento y en las que habitábamos o de las que nos servíamos: cocina, habitaciones para dormir, despensa, bodega en la que hacíamos vino. Ahí teníamos las cochineras, y en ese otro lugar las gallinas y los conejos. Y luego estaba el pozo… También había un palomar... Y esa sala grande y en ruinas era un trinquete (frontón cerrado). Lo tenían los frailes para jugar a la pelota…”
El edificio está situado en un altozano desde el que contempla el río Esla y algunos pueblos de la ribera. No lejos del mismo está lo que se conserva de la antigua aceña y la nueva minicentral hidroeléctrica de Iberdrola. No se equivocaron los frailes en la elección del lugar, que merece ser visitado y contemplado. Porfirio y su familia contaban con luz eléctrica procedente de la misma central, y aunque tuviese los  problemas y dificultades que trae consigo el vivir lejos de la población, dice:
“Aquí viví yo varios años, como un burgués, mejor que el duque de Sotomayor, añade. Era como un palacio para mí, y no me explico cómo en tan pocos años se ha convertido en un montón de ruinas y a punto de desaparecer, pues ya no se aprecia casi nada de su antigua construcción y lo que de valor artístico e histórico tenía este lugar. Había piedras talladas, algunas con escudos, dibujos e inscripciones que han desaparecido. Otras se conservan en domicilios particulares”.

Porfirio Botrán en la puerta del Convento. Año 2009.
En el interior del patio había y hay un pozo.
Escudo en la pared de entrada al convento.
Restos del palomar perteneciente al convento.
Su oficio o trabajo, (“mientras viví en el Convento” como él decía), era atender, como molinero a la aceña, que también visitamos y que de nuevo le hace recordar esta faceta de su vida. Me cuenta cómo era por dentro y por fuera, y la forma de trabajar. Hoy no se conserva nada más que el exterior del edificio principal con el tejado en buen estado:
“Por este canal entraba el agua, que movía las aspas de madera. Estas hacían girar el engranaje con las piedras de moler el cereal, que entraba desde la tolva. Y por esa puerta que hay al otro lado se entraba directamente al molino con los sacos y demás a través de un puente desde la orilla del río".
Porfirio junto a la aceña de Bretó.
Interior de la aceña, en la actualidad.
Vio tantas veces la aceña y su mecanismo, y lo vivió todo tan intensamente, que, después de jubilado, se puso a construir una en miniatura, que me enseña al regresar al pueblo. Tan sólo le queda colocar la tolva, pero piensa hacerlo, si cuenta con salud y también con ganas para ello.

Su ilusión fue construir una aceña y un cañal en miniatura.
Al preguntarle si ejerció en su vida algún otro trabajo o afición en seguida me dice que pescador, de caña, red, y sobre todo en el cañal, pues contaba con uno casi en el mismo lugar en el que lo tenían los monjes de Moreruela.
“Había un canal pequeño al lado del río y no lejos de la aceña. Por este canal entraba el agua y también la pesca. Entre los muros del mismo se colocaba el cañal, una estructura de madera, de unos 20 metros, con rejillas no muy anchas como abertura.  El cañal tenía unas compuertas por las que entraba el agua y también los peces. El agua salía con facilidad por las rejillas pero los peces no, pues las pequeñas aberturas se lo impedían. De esta forma recogíamos diariamente muchos en aquellos años: anguilas, barbos, truchas, carpas, etc. Algunas noches, (buena hora para la pesca), hasta 300 kilos. Luego venían compradores que los vendían por los pueblos de la comarca”.
Porfirio, lo mismo que hizo con la aceña, se puso a hacer en su casa un cañal de pescar en miniatura, de poco más de un metro de largo, que me enseña con satisfacción, al tiempo que me explica con todo detalle su funcionamiento.   
Porfirio retocando su cañal..
El cañal ya completo.
Enseñándo las compuertas de su pequeño cañal.
También se dedicó a la fontanería y a la electricidad, poniendo en práctica todos los conocimientos que había adquirido en su experiencia de ver trabajar, y trabajar también él, en la construcción de la minicentral hidroeléctrica que desde hace ya muchos años hay en El Hoyo, pegada casi a la misma aceña. Primero perteneció a Electra Benaventana y luego a Iberduero, hoy Iberdrola.
Estando en la aceña me señala una caseta aguas abajo y veo que tiene gran interés en contarme lo que era y para qué servía. Me dice que en la caseta había un pozo y un linígrafo (así lo llama él), que marcaba el nivel del agua del río. Y desde la caseta hasta la otra orilla había un cable a 5 metros de altura sobre el agua. Sobre este cable circulaba casi todos los días una vagoneta con obreros dentro. Al llegar al medio del río arrojaban un aparato (un molinete, según él), para hacer dos medidas, una casi desde el mismo fondo y la otra más cerca de la superficie del agua. Con ello se sabía la profundidad y también la velocidad. Pero en lo que Porfirio insiste es que cada vez que se medía había que ir, como fuese, hasta Villarrín, que era el lugar más cercano a Bretó con teléfono y telégrafo, para comunicárselo a la dirección de la empresa. Fueron muchos y a veces muy duros los viajes que tuvieron que hacer a Villarrín, de ahí que sea otra de las cosas que no puede olvidar.
Pasó casi toda su vida junto al río: Que si la aceña, que si la central, que si el cañal y los peces, etc. Era su forma de vivir, que soportaba con agrado. Pero antes de cumplir los 60 años tuvo que jubilarse por motivos de salud. Desde entones ha ido menos por allí y se ha entretenido, entre otras cosas, construyendo en casa la pequeña aceña y el cañal, y ayudando a su hijo que regenta uno de los bares del pueblo. Y, cuando se le ofrece de nuevo la oportunidad, se acerca al lugar, y le viene a la memoria un cúmulo de recuerdos, de forma tal que se pasaría muchas horas contando su vida y sus vivencias junto al río, la aceña, la central y el cañal en el que cogía muchos y variados peces, que por entonces había en el río.
 En el pueblo lo conocían bien: “Cómo no me van a conocer, si casi me he criado aquí. Vine de niño, fui a la escuela, he trabajado, me casé, tengo cuatro hijos… Tan sólo he salido para ir a la mili y por poco tiempo, pues mi padre estaba enfermo y había que ayudar en casa. El tiempo se me ha pasado rápidamente, prueba de ello es que ya tengo 89 años, me decía”.