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Un grupo de aldabas, cerraduras, herraduras y cestas.
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Candiles y faroles antiguos, de diversa forma y tamaño, y otros objetos.
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Trillo, sacos, alforjas, hormas de zapatos, sierra de san José...
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Otro grupo de objetos, utilizados antiguamente.
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Adolfo con un calentador de cerámica en sus manos.
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Troncos de fresnos secos centenarios, que ha traido del monte y colocado en el exterior del local.
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La seranada, candil utilizado, antiguamente, en el serano, reunión nocturna con tertulia.
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Objetos variados, algunos de uso doméstico.
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Colleras, collerines y algunas cestas.
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Antiguo palanganero de metal, utilizado en los domicilios para el lavado de manos y cara.
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Durante los años en los que estuve colaborando en el semanario La Voz de Benavente sobre el patrimonio y las tradiciones populares de los pueblos de la comarca en sus distintos aspectos: arqueología, medio ambiente, costumbres, oficios tradicionales, fiestas, artesanía de jubilados, etc. pude comprobar que también había personas, jubiladas o no jubiladas, amantes de las tradiciones que, por afición y por respeto al pasado, se dedicaron a recoger o, si queremos, coleccionar, objetos y útiles de todo tipo, relacionados con la antigüedad. Y sobre estas personas escribí también algunos de mis reportajes.
Uno de ellos fue Adolfo Álvarez Blanco, de San Pedro de Ceque, a quien todos conocen y llaman con el apodo o sobrenombre Baileto. Lo visité en una tarde lluviosa del mes de Abril y al preguntarle por esta su afición me dijo:
“Desde siempre tuve ilusión y me gustó reunir piezas u objetos que fuesen, mostrasen y enseñasen algo relacionado con el pasado, con la tradición, costumbre y forma de vivir de nuestros mayores. Las circunstancias de la vida, el trabajo y la atención a la familia me impidieron dedicar mucho tiempo a ello, pero ahora, desde hace cinco años en que me jubilé, ya es distinto”.
Y es que Adolfo, nació en San Pedro, cursó aquí sus estudios primarios y aquí trabajó en el campo, como agricultor, durante varios años. También fue emigrante, como casi todos sus vecinos, un año en Francia y seis en Alemania. Al regresar a España ejerció de funcionario hasta su jubilación a los 55 años. Ahora tiene ya más de 60.
La procedencia de los objetos o piezas es diversa: la mayor parte de ellos son regalos de familiares, amigos o conocidos; otros, recogidos por él mismo en ruinas o escombros procedentes de viviendas u otros edificios destruidos; algunos, aunque muy pocos, los ha comprado porque le interesaban. “La verdad es que he invertido muy poco en esto”, me dice.
Pero veo que en lo que sí ha invertido Adolfo es en preparar el local para albergar su colección, tanto en el exterior del mismo, como en su interior. Se trata de una nave que se encuentra a las afueras del pueblo, muy cerca del camino que conduce a la ermita de Nuestra Señora de las Nieves.
En el exterior de la misma, muy limpio y ordenado, se ven algunos útiles, herramientas o artilugios relacionados con la agricultura: un potro, varios arados, etc. Destacan los instrumentos o medios de que se ha servido el hombre desde la antigüedad para sacar agua de los pozos, entre ellos el cigüeñal y la noria. Y ya más modernos la bomba y los diversos motores.
Adornan también el exterior y llaman la atención unos enormes troncos de fresno seco, a los que él intenta dar vida colocando sobre ellos animales, aunque disecados o de plástico, o nidos de cigüeña. Todo ello artificial, pero con un gran sentido y sentimiento por su parte.
“Estos troncos estaban secos en el monte y he tenido el gusto y la molestia de arrancarlos, traerlos y colocarlos aquí, aunque sólo sea para su contemplación y añoranza. Hay que tener en cuenta que se trata de árboles centenarios, pueden tener 300 o 400 años, y no me explico cómo se han secado y no se han protegido debidamente”.
Y es que Adolfo, como muchos de sus vecinos de San Pedro de Ceque, respetuoso con el pasado y la tradición, lo es también con la naturaleza que le rodea y, aunque muerta, como en este caso, quiere darle vida, informando a los demás de la situación en que se encuentra.
Pero es en el interior de la nave en donde está toda su colección de etnografía, cientos de piezas u objetos, muy difícil de enumerar en breve espacio, relacionadas:-Con la casa y la vida familiar: platos, cazos, palanganas y palanganeros, faroles y candiles variados, entre ellos la seranada, usado antiguamente por los vecinos en las reuniones nocturnas, con tertulia incluida, denominadas el serano.
-Con la Iglesia y las tradiciones religiosas: hacheros, palmatorias, reclinatorios y hasta un bonete de cura. Como especial me enseña la capuchina, antiguo candil de mecha, con capuchón para apagarlo. Se usaba mucho en las procesiones, al menos cuando él era pequeño.
-Con la agricultura y la ganadería: arados varios, arreos para el ganado, medidas de cereales de madera, zarandas, aparatos para majar y cardar el lino, etc.
-Con la bodega y la elaboración del vino: embudos, cántaras, canillas, y otros.
Y relacionados con los distintos oficios tradicionales y artesanos como:-El guarnicionero: collera y collerines, cabezadas, melenas, leguis, etc.
-El herrero: cerraduras y aldabas, manillas, bisagras, llaves, trébedes y muchas herraduras de ganado caballar y vacuno.
-El alfarero: variedad de cántaros y pucheros, platos y jarros. Me enseña aparte el calentador de agua para la cama, hecho de cerámica, y me explica como se utilizaba.
-El cestero y talegonero: cestas de petición y ofrenda usadas en la iglesia, cestas de ferroviario, nansa para pescar o contener los peces, y talegas y talegones utilizados en la vendimia.
Y otros muchos objetos y piezas que dejan ver su afición y respeto por el pasado y la tradición, frente a aquellos que muestran indiferencia y menosprecio hacia este tipo de cosas. Además conoce, no sólo el origen y procedencia de casi todas sus piezas, sino también el servicio o utilidad que tenían, antiguamente, en el vivir de cada día.
Además, Manuel cree y está convencido de que su colección sirve de enseñanza. De hecho todos los que se acercan a verla, aprenden algo y él se siente satisfecho de poder comentar y recordar a los visitantes algunos aspectos de esa vida en el pasado. Por ahora casi todas las personas que se han acercado allí para verlo son de su pueblo, pero no tiene inconveniente en que lo vean los demás.Los museos etnográficos provinciales, comarcales o incluso locales son abundantes en Castilla y León. Hace muy pocos años se inauguró en Mansilla de las Mulas el Museo Etnográfico de León. Está ubicado en lo que era el antiguo convento de San Agustín, restaurado y remodelado casi en su totalidad. Merece la pena ser visitado.
La existencia de museos comarcales es también útil e interesante y no tiene por qué ser obstáculo para los demás existentes. Con ellos, y debido a la cercanía, se facilita más y mejor la visita a los ciudadanos de la comarca en que se encuentren. Lo justo y normal sería que existiese uno en la ciudad de Benavente, con una función distinta al regional que ya existe en la capital. Se centraría más en las costumbres y tradiciones de estos pueblos de los Valles. Pero, a falta de este museo, bienvenida la existencia de estas colecciones como la de Adolfo, y otras que iremos viendo, para que los ciudadanos puedan conocer de cerca algo de lo que queda del pasado, gracias a estas personas, a las que su afición y desinterés les ha llevado a reunir este tipo de objetos.