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La carrera también en La Rua.
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Alejandro Flórez en el antiguo local de la Peña Malgrat junto a la cabeza disecada de uno de los toros enmaromados.
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Reportaje publicado en mayo del año 2008 en el semanario La Voz de Benavente y Comarca. (Fotografías: Archivo Ledo del Pozo y Peña Malgrat, Alejandro Flórez Redondo y Emiliano Pérez Mencía.)
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En la década de 1950, a la que me voy a referir en este reportaje, el recorrido del toro enmaromado era muy distinto al actual y no solamente por las calles y plazas por las que pasaba, en las que se observa otro tipo de urbanización en casas y mobiliario, sino también por las personas que acudían y participaban de la fiesta, que eran menos y con evidentes diferencias en cuanto a la edad, modo de vestir e incluso forma de divertirse.
Quien me va a informar y comentar las imágenes que aparecen en este recorrido antiguo del toro es Alejandro Flórez Redondo, 58 años, jubilado desde hace ya cinco, y que pasa su tiempo dedicando una parte del mismo al CEB “Ledo del Pozo” como miembro de la Directiva, otra parte a su querida Peña Malgrat, una de las más antiguas de Benavente y de la que ha sido presidente, y el resto a su familia y amigos, y a realizar algunos viajes.
Se advierte en Alejandro que es un benaventano como nadie, de los de verdad, pues quiere lo mejor para su ciudad y se interesa por el patrimonio, la historia, las tradiciones, y también las fiestas locales, de modo especial la del Toro Enmaromado, a la que conoce y vive intensamente. Prueba de ello es que, cuando se celebró el 25 aniversario de su Peña Malgrat, de la que era presidente, organizó una exposición con carteles, programas, las cabezas disecadas de toros de los años 1980 y 1990 que tienen en la peña, trozos de la maroma, algunos libros, y sobre todo, abundantes fotografías antiguas, que dejan ver con claridad el pasado de la fiesta, que como hemos dicho, era totalmente distinto al actual en cuanto en el recorrido, las gentes, y también el urbanismo de calles, plazas y edificios, algunos de interés patrimonial, y que han desaparecido.
En el año 1957 se publicó el primer programa sobre la fiesta y en él figura el recorrido, que era el siguiente: Toril, calle Matadero, Cortes Leonesas, Pasaje Conde Patilla, plaza Calvo Sotelo, plaza Onésimo Redondo (argolla y descanso de 20 minutos), calle Candil, plaza San Martín (argolla y descanso 20 minutos, calle Sancti Spiritus, plaza Generalísimo, Portugal, Pocico, plaza Telesforo Benito (argolla y 20 minutos desacnso), Ancha, corrillo Renueva, Cervantes, plaza Gonzalo Silvela (argolla y 20 minutos descanso), Encomienda de San Juan, Luisa Mozo, Obispo Regueras y plaza de Santa María, donde morirá, si antes por agotamiento no se le hubiera dado la puntilla.
Casi todos los toros llegaban al final y muchos corredores cumplían con el rito de mojar o pisar con sus zapatillas en la sangre del morlaco, una vez muerto.
La fiesta duraba tres días: el martes, llegada y desenjaule del toro y verbena en la plaza Mayor, en la que no faltaba el organillo (así figura en este año); el miércoles por la mañana diana floreada, había desfile de gigantes y cabezudos, bailes y danzas, y por la tarde, a las a las 18 horas, con disparo de la tercera bomba, comenzaba la carrera el toro enmaromado. Con bailes, verbenas populares y una traca final, concluía este segundo día. Y en el tercero por la mañana desfile de la banda de música por calles y plazas y por la tarde una Gran Novillada.
“Como puedes ver, me dice Alejandro, todo era muy distinto, también el recorrido, aunque no menos corto, y con un sabor más tradicional. Se tenía un gran respeto por el animal, pues cada cierto tiempo descansaba, nada menos que veinte minutos en cuatro ocasiones. Incluso se acercaba también a la ría de D. Felipe, bebía y refrescaba. Y casi siempre llegaba al final, que era frente a la puerta meridional de la iglesia de Santa María del Azogue. Aquí se le apuntillaba y sus restos pasaban al matadero. En este lugar se ha colocado hace años una argolla conmemorativa”.
Su buen memoria y la contemplación de las fotografías le sirven para recordar con nombre y apellidos a algunas de las personas cogidas por el toro y heridas, con mayor o menor gravedad: el cura, el de la tómbola Hermanos Cachichi, Marcelino el tornero, Justiniano el de Santa Cristina, Gregorio Ledesma el del kiosco, entre otros. Y recuerda también con tristeza, como no, al heladero uno de los fallecidos.
Pero son no muchas las personas cogidas después de tantos años, y menos lo eran antiguamente al ser menor el número de asistentes. Además todos se comportaban de otra forma.
Le pregunto por el origen del torito del alba: Esto fue una idea, que se le ocurrió al hijo de José Conde allá por el año 1953. Resulta que sacó a la calle, desde el corral de su casa en la calle San Martín, un carnero atado con una cuerda, y los niños tiraban de él y corrían. Con él recorrían en principio la plaza San Martín y la plaza de la Madera y luego regresaban de nuevo al corral. Lo hacía para divertir a los niños y años más tarde el carnero o la oveja se convirtieron en el torito o los toritos del alba.
Al contemplar las imágenes, nos llaman la atención los edificios, algunos de ladrillo, otros de tapial y adobe, y casi todos de planta baja. También el mobiliario urbano, letreros, anuncios en comercios, etc., signos evidentes del pasado. En la misma salida del toro destaca la antigua puerta de San Antón, una de los que daban acceso a la ciudad. Cerca de ella se encontraba el toril.
Para Alejandro, como para muchas otras personas, benaventanos o forasteros, esta fiesta ha sido, es y será importante, no sólo por su antigüedad, pues ya desde el siglo XVII hay constancia de que en la fiesta del Corpus se sacaba por las calles un buey enmaromado, sino también por la información, datos, historia y tradición que sigue generando. Pero se lamenta, no obstante, de que los años y los siglos pasen y no se tenga en la ciudad referencia permanente alguna sobre ella, si se exceptúa el local destinado a toril y la argolla anteriormente citada. Son muchos los turistas o simplemente viajeros que, al llegar a la ciudad, se preguntan y esperan ver algún monumento o recuerdo relacionado con esta fiesta local tan tradicional. O incluso les gustaría visitar algún aula, centro de interpretación o museo en donde se recoja y muestre toda la documentación escrita o gráfica sobre ella. Y es que, en verdad, son ya muchos los años y muchos los programas, carteles, algunos libros, maromas, argollas, cabezas de toro, símbolos diversos y últimamente hasta fallas, hechas por algunas peñas, todo lo cual podía figurar en dicho centro de interpretación o aula-museo.
Doy la razón al amigo Alejandro y le recuerdo que en localidades cercanas, con fiesta parecida en torno al toro, como Tordesillas, con el toro de la Vega o Cuellar, con los encierros, sí que tienen ese tipo de infraestructuras, en donde se recoge todo lo relacionado con la cultura y la tradición de dichos acontecimientos festivos, y sirve de información para los visitantes. ciudad.
El Centro de Estudios Benaventanos Ledo del Pozo tiene entre sus proyectos editar una memoria gráfica de la fiesta del Toro Enmaromado. Para su confección se contará con material fotográfico, cedido por diversas personas y que pertenece, tanto a la colección de la Peña Malgrat, como al archivo del Centro.
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En la década de 1950, a la que me voy a referir en este reportaje, el recorrido del toro enmaromado era muy distinto al actual y no solamente por las calles y plazas por las que pasaba, en las que se observa otro tipo de urbanización en casas y mobiliario, sino también por las personas que acudían y participaban de la fiesta, que eran menos y con evidentes diferencias en cuanto a la edad, modo de vestir e incluso forma de divertirse.
Quien me va a informar y comentar las imágenes que aparecen en este recorrido antiguo del toro es Alejandro Flórez Redondo, 58 años, jubilado desde hace ya cinco, y que pasa su tiempo dedicando una parte del mismo al CEB “Ledo del Pozo” como miembro de la Directiva, otra parte a su querida Peña Malgrat, una de las más antiguas de Benavente y de la que ha sido presidente, y el resto a su familia y amigos, y a realizar algunos viajes.
Se advierte en Alejandro que es un benaventano como nadie, de los de verdad, pues quiere lo mejor para su ciudad y se interesa por el patrimonio, la historia, las tradiciones, y también las fiestas locales, de modo especial la del Toro Enmaromado, a la que conoce y vive intensamente. Prueba de ello es que, cuando se celebró el 25 aniversario de su Peña Malgrat, de la que era presidente, organizó una exposición con carteles, programas, las cabezas disecadas de toros de los años 1980 y 1990 que tienen en la peña, trozos de la maroma, algunos libros, y sobre todo, abundantes fotografías antiguas, que dejan ver con claridad el pasado de la fiesta, que como hemos dicho, era totalmente distinto al actual en cuanto en el recorrido, las gentes, y también el urbanismo de calles, plazas y edificios, algunos de interés patrimonial, y que han desaparecido.
En el año 1957 se publicó el primer programa sobre la fiesta y en él figura el recorrido, que era el siguiente: Toril, calle Matadero, Cortes Leonesas, Pasaje Conde Patilla, plaza Calvo Sotelo, plaza Onésimo Redondo (argolla y descanso de 20 minutos), calle Candil, plaza San Martín (argolla y descanso 20 minutos, calle Sancti Spiritus, plaza Generalísimo, Portugal, Pocico, plaza Telesforo Benito (argolla y 20 minutos desacnso), Ancha, corrillo Renueva, Cervantes, plaza Gonzalo Silvela (argolla y 20 minutos descanso), Encomienda de San Juan, Luisa Mozo, Obispo Regueras y plaza de Santa María, donde morirá, si antes por agotamiento no se le hubiera dado la puntilla.
Casi todos los toros llegaban al final y muchos corredores cumplían con el rito de mojar o pisar con sus zapatillas en la sangre del morlaco, una vez muerto.
La fiesta duraba tres días: el martes, llegada y desenjaule del toro y verbena en la plaza Mayor, en la que no faltaba el organillo (así figura en este año); el miércoles por la mañana diana floreada, había desfile de gigantes y cabezudos, bailes y danzas, y por la tarde, a las a las 18 horas, con disparo de la tercera bomba, comenzaba la carrera el toro enmaromado. Con bailes, verbenas populares y una traca final, concluía este segundo día. Y en el tercero por la mañana desfile de la banda de música por calles y plazas y por la tarde una Gran Novillada.
“Como puedes ver, me dice Alejandro, todo era muy distinto, también el recorrido, aunque no menos corto, y con un sabor más tradicional. Se tenía un gran respeto por el animal, pues cada cierto tiempo descansaba, nada menos que veinte minutos en cuatro ocasiones. Incluso se acercaba también a la ría de D. Felipe, bebía y refrescaba. Y casi siempre llegaba al final, que era frente a la puerta meridional de la iglesia de Santa María del Azogue. Aquí se le apuntillaba y sus restos pasaban al matadero. En este lugar se ha colocado hace años una argolla conmemorativa”.
Su buen memoria y la contemplación de las fotografías le sirven para recordar con nombre y apellidos a algunas de las personas cogidas por el toro y heridas, con mayor o menor gravedad: el cura, el de la tómbola Hermanos Cachichi, Marcelino el tornero, Justiniano el de Santa Cristina, Gregorio Ledesma el del kiosco, entre otros. Y recuerda también con tristeza, como no, al heladero uno de los fallecidos.
Pero son no muchas las personas cogidas después de tantos años, y menos lo eran antiguamente al ser menor el número de asistentes. Además todos se comportaban de otra forma.
Le pregunto por el origen del torito del alba: Esto fue una idea, que se le ocurrió al hijo de José Conde allá por el año 1953. Resulta que sacó a la calle, desde el corral de su casa en la calle San Martín, un carnero atado con una cuerda, y los niños tiraban de él y corrían. Con él recorrían en principio la plaza San Martín y la plaza de la Madera y luego regresaban de nuevo al corral. Lo hacía para divertir a los niños y años más tarde el carnero o la oveja se convirtieron en el torito o los toritos del alba.
Al contemplar las imágenes, nos llaman la atención los edificios, algunos de ladrillo, otros de tapial y adobe, y casi todos de planta baja. También el mobiliario urbano, letreros, anuncios en comercios, etc., signos evidentes del pasado. En la misma salida del toro destaca la antigua puerta de San Antón, una de los que daban acceso a la ciudad. Cerca de ella se encontraba el toril.
Para Alejandro, como para muchas otras personas, benaventanos o forasteros, esta fiesta ha sido, es y será importante, no sólo por su antigüedad, pues ya desde el siglo XVII hay constancia de que en la fiesta del Corpus se sacaba por las calles un buey enmaromado, sino también por la información, datos, historia y tradición que sigue generando. Pero se lamenta, no obstante, de que los años y los siglos pasen y no se tenga en la ciudad referencia permanente alguna sobre ella, si se exceptúa el local destinado a toril y la argolla anteriormente citada. Son muchos los turistas o simplemente viajeros que, al llegar a la ciudad, se preguntan y esperan ver algún monumento o recuerdo relacionado con esta fiesta local tan tradicional. O incluso les gustaría visitar algún aula, centro de interpretación o museo en donde se recoja y muestre toda la documentación escrita o gráfica sobre ella. Y es que, en verdad, son ya muchos los años y muchos los programas, carteles, algunos libros, maromas, argollas, cabezas de toro, símbolos diversos y últimamente hasta fallas, hechas por algunas peñas, todo lo cual podía figurar en dicho centro de interpretación o aula-museo.
Doy la razón al amigo Alejandro y le recuerdo que en localidades cercanas, con fiesta parecida en torno al toro, como Tordesillas, con el toro de la Vega o Cuellar, con los encierros, sí que tienen ese tipo de infraestructuras, en donde se recoge todo lo relacionado con la cultura y la tradición de dichos acontecimientos festivos, y sirve de información para los visitantes. ciudad.
El Centro de Estudios Benaventanos Ledo del Pozo tiene entre sus proyectos editar una memoria gráfica de la fiesta del Toro Enmaromado. Para su confección se contará con material fotográfico, cedido por diversas personas y que pertenece, tanto a la colección de la Peña Malgrat, como al archivo del Centro.
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