viernes, 9 de marzo de 2012

Etnografía: Colección de Manuel Díaz, de Santibáñez de Vidriales.

Manuel Díaz en su museo familiar, con la espadadera de lino en su mano.
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Cerraduras, aldabas y otros objetos.
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Potes de hierro y alguna caldereta de cobre.
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Su colección de llaves, esquilas y cencerros.
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Barrilas y cantimploras.
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Faroles, candiles, carburos.
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Yugo para caballería y vaca. En ocasiones los dos animales trabajaban juntos.
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Herramientas para uso agrícola y ganadero.
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Manuel tiene en su mano un instrumento para migar el pan.
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Pizarras y calentador para la escuela.
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Cuaderno en el que Manuel tiene anotadas, y sigue anotando, las piezas de su museo, con el nombre, el uso, la fecha y el modo de adquisición.
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Piezas del Museo” es el título que figura en un cuaderno de Manuel, en el que están numeradas y comentadas las casi mil piezas que tiene en el local habilitado para ello. Y es que para él es un museo, y también para los alumnos del colegio de Santibáñez y otras personas que cada año se acercan a su casa para verlo.

“Siempre me gustaron las cosas antiguas, tanto los objetos, como todo lo que tiene que ver con el pasado, las tradiciones y la forma de vivir, pero, si le digo la verdad, empecé a reunir piezas hace unos 26 años, cuando destruimos la casa vieja en la que vivíamos, para construir una nueva. Eran tantas las cosas de antes que había por allí en cuadras, trasteros, desván, etc., que no tiré nada, sino que lo recogí todo. También tengo objetos que proceden de regalos o donaciones de amigos o familiares, otros que la gente tira al basurero como chatarra, pues para ellos no tiene ningún valor, pero yo, si lo veo, lo recojo y guardo. No obstante, en su mayoría, casi el 80 por ciento, son de la casa vieja”.

Y con ello, con esta su afición, sigue después de su jubilación, además de dedicarse a otras artesanías con el hierro, el material que utilizó siempre en su herrería.

El local habilitado, a su modo, para museo etnográfico se encuentra no lejos de su antigua fragua, ni del taller de aluminio en el que trabaja en la actualidad su hijo. Se trata de un portalón que da al patio de la casa en cuyas paredes se pueden ver las muchas y muy variada piezas que tiene. Unas relacionadas con la agricultura: arados, trillos, aperos diversos, y muchas de las herramientas utilizadas por el agricultor en su casa o en sus trabajos de cada día: azadas y azaderas, azadones de monte, azadas cespederas y azadas para cavar las viñas, y también algunos útiles necesarios para el ganado.

“Mire, este yugo es de caballería y vaca, para trabajar los dos animales juntos. De este tipo encontrará muy pocos. Y estas carguillas de madera servían para colocar cosas encima del lomo de los animales”

Veo también por allí algunos utensilios para trabajar el lino, entre ellos la espadadera, que él mismo coge en su mano y me hace una demostración de cómo se utiliza.

Como herrero de oficio y artesano jubilado que sigue trabajando con el hierro y también la hojalata, no podía menos que tener y abundar en su colección piezas con estos materiales: cerraduras, aldabas y aldabillas, candados, llamadores, potes, faroles y candiles variados, etc. Lo curioso y llamativo es que muchas de estas piezas fueron hechas por él para otras personas en su fragua y durante su vida laboral. Ahora las nuevas casas, y las nuevas formas de vivir en ellas, han hecho que muchos de estos objetos hayan terminado en las chatarrerías o basureros.

Me llaman la atención varias cadenas con gancho, que cuelgan en la pared. Son las que se utilizaban para sostener el pote con el agua o la comida en los antiguos llares (fogones de las cocinas).

De la escuela conserva un calentador de carbón para los pies y varias pizarras, y por allí se ven otros muchos objetos relacionados con la vida en el hogar, con el trabajo en el campo y con los oficios.

Manolo tiene un cuaderno de tamaño folio en el que están anotadas y sigue anotando todas sus piezas (al menos un ejemplar de cada una, si están repetidas). Se distinguen por el número y el nombre. Y no falta la explicación que indica, aparte de su procedencia, para lo que sirven o en lo que se utilizan o utilizaban cada una de ellas. “Así las recuerdo mejor, me dice, y puedo explicárselo a los demás cuando vienen a verlas”. Y es que su particular museo es visitado por personas del pueblo y algunos forasteros. También por alumnos del Colegio de la E.S.O. (Educación Secundaria Obligatoria) que hay en el pueblo. Siempre hay algunos profesores que valoran, se preocupan y creen, con razón, que este tipo de actividades son de utilidad y contribuyen a la formación de los alumnos. Aunque el pasado es ya historia, no se puede prescindir de él, si queremos explicar muchas cosas del presente.

Lo cierto es que los alumnos se van contentos con las explicaciones de Manolo y de su profesor. Su pequeño museo está desempeñando una labor educativa relacionada con la tradición, en cuanto a la forma de vivir y de trabajar en el pasado. Estoy seguro de que el Ayuntamiento de Santibáñez de Vidriales tendrá pensado completar su pequeño, pero valioso, museo arqueológico con otro museo etnográfico, que, sin duda alguna, sería del agrado de los muchos visitantes que llegan al pueblo para ver Petavonium y el aula de interpretación del campamento romano. Todo ello contribuiría al progreso y desarrollo de esta zona, privilegiada por la historia y por la arqueología.

Ojalá que pronto también Benavente cuente con un museo etnográfico debidamente organizado, para que los ciudadanos puedan ver, conocer y estar informados sobre la vida en el pasado. Sería un lugar muy indicado para ello, al ser el centro comarcal y a donde, desde siempre, acudieron numerosas personas a las ferias y mercados, y a otros acontecimientos colectivos. Pero, por lo que se ve y se realiza, esta ciudad, con tanta historia y con algunos importantes monumentos artísticos, no es muy dada a museos, ni a aulas o centros de interpretación, (aunque ya se cuenta con algunos), tan necesarios desde el punto de vista cultural, y que, contribuirían también al progreso de la misma y de sus habitantes.

Mientras tanto, quienes lo deseen pueden visitar la colección de Manolo, el herrero de Santibáñez, a la que me he referido hoy, o si lo prefieren, ver la de Adolfo Álvarez de San Pedro de Ceque, o la que adorna y embellece las distintas dependencias de la bodega-restaurante La Gruta en Pobladura del Valle (sobre estas dos ya hemos escrito), u otras colecciones sobre las que seguiremos informando en el futuro a través de las páginas de este semanario.