domingo, 22 de abril de 2012

Artesano jubilado: Ángel Vicente Caballero, de Olmillos de Valverde.



                
Ángel con su mujer Rosario, junto a la chimenea de su pequeño local, que hace de museo.
Son muchos los objetos, hechos por Ángel, que se pueden ver en el local.
Una casa tipo horreo con patio.
Coche que Ángel hizo para su nieto.
El artesano explicando el tipo de carro y cómo lo preparó.
Varias matracas, de diversa forma y tamaño.
Unas castañuelas junto a otros objetos.


Matraca de gran tamaño.

Antes de acercarme a Olmillos pregunté por Rexu, según me habían indicado. Ella me informó sobre su tío Ángel Vicente y, ya en el pueblo, me acompañó no a la casa en la que vive, sino hasta un local, recién construido, que tiene en otro lugar, a las afueras del pueblo, y en cuya puerta, con letras mayúsculas, se lee: El RINCÓN DE ÁNGEL VICENTE”.
“Cuando me jubilé, dice él, y como a mi gusta mucho, y se me da bien, la albañilería, construí este local, para disponer así de un lugar apropiado para mis aficiones, entre ellas trabajar y hacer objetos de madera, como los que tengo por aquí. También lo utilizamos para reuniones familiares o con amigos”.
Efectivamente en el local, que dispone de una buena chimenea, hay una mesa de madera hecha por él y algunos otros muebles de menor tamaño. Y luego otras muchas cosas que se le han ocurrido como aperos de labranza, varias carracas y una matraca, castañuelas, yugos de varios tamaños, carros, una maqueta con una vivienda parecida a un hórreo y con patios, y otros muchos objetos colocados sobre la mesa o en las paredes y el techo, que sirven para adornar el local, y al mismo tiempo para su contemplación. Así puede verlos a menudo, lo cual le sirve de gran satisfacción.
Después, por indicación de su mujer Rosario, allí presente, me enseña otro espacio de esta antigua casa, con un horno casero, construido también por él, a imitación de los de antes, y en el que amasan el pan y preparan dulces variados, ente ellos pastas y borrachos de exquisito sabor. 
En este lugar tiene más objetos de madera, también obra suya: un carro-caravana, una hormigonera, un mueble para colocar tiestos, una sierra de San José, más matracas, etc.
“Hago las cosas que se me ocurren y como a mi me parece. A veces no me salen bien, porque tal vez me falte preparación, pues tan sólo me sirvo del recuerdo de haberlas visto muchas veces desde pequeño y durante muchos años. Además se da el caso de que en mi familia no hubo carpinteros, ni nadie aficionado a la madera”
En el patio o corral, y bajo un cobertizo, dispone de una mesa, parecida a las de los carpinteros y no lejos veo algunas de las herramientas que utiliza: “no muchas, me dice, tan sólo las que más necesito: taladro, lijadora, sierra de calar, cepillo, etc. y luego las normales y necesarias siempre para la madera, como la azuela, la sierra, los mazos y martillos, etc. Durante la primavera y el verano paso aquí, al aire libre, muchos ratos, es el lugar mejor para trabajar, pero en el invierno estoy más en el local que para eso lo construí”.
Se sirve de las maderas que tiene más a mano como son las de chopo, encina y algo de la de pino. Y es que en Olmillos, como en todos los valles de esta comarca, son estos los árboles más abundantes, sobre todo el primero. Quienes viajen por el lugar podrán comprobarlo, viendo las numerosas choperas que hay junto a los ríos y en las mismas vegas y riberas.
Ángel Vicente nació y ha vivido siempre en Olmillos, pueblo con topónimo de Valverde (valle verde), pero situado en la ribera del Tera, no lejos del mismo río y de su desembocadura en el Esla.
En Olmillos asistió a la escuela hasta los 14 años, pero nada más. Allí aprendió lo que sus maestros D. Pedro, D. Vicente y D. Rafael le enseñaron con ayuda de la enciclopedia Álvarez, u otra de las que por entonces se utilizaban.
“A partir de los 14 años, al salir de la escuela, ya estaba yo arrancando remolacha y, tras unos años de empleado como ayudante de albañil, construyendo las alcantarillas en Mozar y Burganes, (“la albañilería siempre me gustó” repite él, mientras recuerda las obras hechas en su propia casa), me coloqué en una granja de cerdos de Arcos de la Polvorosa y estuve 10 años, hasta que me fui a la fábrica de quesos “El Pastor” de Santa Cristina de la Polvorosa en donde he trabajado 26 como maestro cuajador. Estando aquí y, tras unos años de baja por enfermedad, conseguí la jubilación anticipada hace tan sólo tres. Ahora tengo 59 y en este poco tiempo de jubilado he conseguido hacer gran parte de las cosas que le he enseñado”.
Como ocurre a todos los jubilados, trabaja en sus aficiones cuando quiere o le apetece, pues no lo considera una obligación, como lo era ir a la fábrica de quesos todos los días. Y piensa seguir haciendo cosas nuevas, las que se le ocurran, o que vea en algún lugar o en algún libro, y que sean de su agrado. Por lo que me dice, lee con frecuencia este periódico y siempre se detiene, porque le llaman la atención, las páginas sobre artesanías de otros jubilados, a algunos de los cuales conoce y le gustaría poder imitarlos, a su modo y en la medida de sus posibilidades.  
De lo que ha hecho y hace Ángel, disfruta, primero él mismo “busco en esta actividad relajación, distracción y entretenimiento”, y también su familia sobre todo su mujer Rosario, que con frecuencia se reúne con varias amigas en el local para celebrar algún cumpleaños o por algún otro motivo. O solamente para pasar el rato en torno a la chimenea, viendo de cerca los diversos objetos hechos por su marido.
“Lo pasamos muy bien, dice su mujer, mientras enciende la chimenea. Hoy mismo tenemos reunión. Nos sentamos en torno a esta amplia mesa. Y aquí jugamos a las cartas, merendamos y hablamos de lo que nos parece, sobre el pasado y el presente. Lo hacemos, casi siempre, los fines de semana”.
Ángel y Rosario tienen tres hijos, ya mayores, (dos de ellos trabajan en Benavente y uno estudia en Salamanca) que acuden al pueblo con frecuencia. Admiran las cosas que hace su padre y se pasan también algunos ratos en El Rincón.
En el pueblo algunos vecinos conocen sus aficiones, sobre todo los que viven cerca de su casa y los que se han reunido ya, más de una vez, en el local para alguna celebración.
Estamos ante un jubilado más de los muchos que hay en por estas tierras que ha encontrado en esta afición un remedio, no sólo para la distracción y el entretenimiento, sino también para probar sus capacidad de invención y sus conocimientos. Sabe él muy bien que nunca es tarde para esta tarea, y que “la experiencia y la práctica son su mejor maestro”, y también el vivir de cada día, pues “mientras se vive se aprende”.  Y, si a lo largo de la vida laboral, no le fue posible por el trabajo y el horario al que estaba sometido, sí lo es ahora, pues dispone del tiempo a su antojo para hacer lo que quiera y en el momento que crea más conveniente.