viernes, 15 de enero de 2010

San Antón y el Cerdo de Espasante

El cerdo junto a la ermita de San Antón en Espasante (La Coruña)


El cerdo bebiendo agua en la fuente del pueblo.

Durmiendo tranquilamente junto a un coche en una calle del pueblo.


Espasante es un pequeño pueblo de la costa coruñesa, turístico como todos, en el que se mantiene la tradición del marranillo o cerdo de San Antón, lo mismo que ocurre en La Alberca, una de las localidades más visitadas de la provincia de Salamanca. Esta misma tradición parece ser que existió también en algunos pueblos de esta comarca de Los Valles de Benavente. Se lo cuento aquí y ahora, con motivo de la festividad del santo, para que sirva de recuerdo para unos y de conocimiento para otros.
Hace ya varios años que pasé unos días en Espasante. Mi sorpresa y admiración, ya el primer día de estancia, fue el ver un cerdo, de tamaño mediano, paseando por sus calles y plazas, lo mismo que los demás ciudadanos, vecinos o advenedizos a la localidad. En seguida recordé la tradición del cerdo, marrano o marranillo de San Antón, tradición frecuente también por estas tierras, aunque ya desaparecida. Al encontrarse la ermita del santo cerca del lugar en el que yo residía, me permitió verlo todos los días, e incluso, deliberadamente, acompañarlo a veces en sus andanzas callejeras y en su vivir diario.
El cerdo tenía organizada su vida. Lo aprendió de pequeño, pues siendo pequeño es cuando lo compra la cofradía y lo deja suelto por el pueblo, no sin antes domesticarlo, es decir, habituarle e indicarle los sitios en los que más fácilmente puede ser alimentado y el lugar de descanso nocturno. Precisamente hacía ésto junto a la ermita de San Antón, para sentirse más protegido por el santo.
Comenzaba muy temprano su recorrido por la calles, coincidiendo casi siempre con la apertura de los bares y cafeterías, a los que él se acercaba e incluso entraba dentro, para que sus dueños se vieran en la obligación de atenderlo. Pero nadie lo tenía como obligación, sino todo lo contrario, era a San Antón a quien se atiendía y se veneraba. Y su cerdo recibía todo tipo de atenciones, en el desayuno, comida o cena. Nadie lo dudaba, todos lo tenían bien asumido.
También comía por la calle a lo largo del día, pues no faltaba gente que le llevaba comida, allí donde estuviese, tanto niños como mayores, vecinos del pueblo, o turistas españoles o extranjeros. El cerdo oía lo que le decían en varios idiomas, aunque sólo entendiese las cosas en el suyo. Tenía especial simpatía por los niños y ellos por él. En verdad, es a los niños a los que más llamaba la atención, al verlo por las calles, a su aire. Convivía y, en ocasiones, hasta jugaba con ellos.
Cuando tenía sed se acercaba a la fuente, muy cerca también de la ermita, y allí bebía agua, e incluso refrescaba su cuerpo bajo el chorro del caño. Pero en el mes de Agosto hacía mucho calor en Espasante y el cerdo se permitía también el lujo de acercarse todos los días a la playa, (además lo hacía en las horas clave, cuando había más calor y era mayor la concurrencia), para darse un baño en el mar, no sin antes haberse revolcado en la arena, mientras era observado atentamente por los mayores y sobre todo por los niños, que son los que más disfrutan con él y quienes, después del baño, le ofrecían golosinas.
Aunque durante el día tenía ya elegidos sus lugares para descansar, cuando llegaba la tarde se iba acercando poco a poco a la ermita del santo junto a la cual la cofradía le tenía preparado un cobertizo para pasar la noche.
Así pasaba los días el cerdo de Espasante. La cofradía lo había comprado hace aproximadamente un año y desde pequeño andaba suelto por las calles del pueblo, cuidado y alimentado por todos, y mucho más por los amantes de los animales y conocedores de esta tradición. Y, cuando llega la fiesta de San Antón, la cofradía lo subasta y, con el beneficio obtenido, atienden y cuidan su ermita, y pueden comprar otro cerdo con la misma finalidad, seguir celebrando la fiesta del santo y sobre todo, hacer lo posible para que esta tradición no desaparezca.
Lo mismo ocurre en La Alberca, este bello y turístico municipio de la provincia de Salamanca, situado no lejos de la Peña de Francia y muy cerca de Las Batuecas. Aquí hay más tradición porcina que en Galicia, si cabe, y el cerdo que deambula es de los de raza ibérica, negro y de buenas proporciones, aunque esto depende de la época del año en la que se le vea. La tradición es ancestral y el pueblo cuenta ya con un monumento en piedra dedicado a él.
El cerdo de La Alberca, aunque tenga otro color y no pueda disfrutar del baño en el mar, sí dispone de las abundantes y cristalinas aguas que manan de las varias fuentes existentes en el pueblo. Pero de lo que más disfruta, como el de Espasante, es del agasajo y atención de los turistas que continuamente llegan para verlo y conocer el pueblo. Él sabe muy bien que el lugar más importante para la cita es la Plaza Mayor y por allí aparece todos los días, esperando recibir también algo de lo que le ofrecen, tanto niños, como mayores. Como que el cerdo fuese de todos y todos tuviesen que contribuir a su alimentación. Y en verdad así es, hasta que al finalizar el año, por las vísperas de San Antón, tiene lugar la rifa o subasta y pasará a ser propiedad del ganador, que decidirá sobre su vida y su final. La cofradía dedicará los beneficios de dicha subasta para el culto al santo y para comprar un nuevo marrano, que a partir de la fiesta volverá a deambular por las calles de La Alberca.
Por estas tierras próximas a Benavente, en donde más tiempo se mantuvo la tradición fue en Villanueva del Campo. Pero, en la actualidad, lo compran ya cebado para la subasta y evitan así dejarlo a su aire y que se exponga, si no a necesidades alimenticias, sí a otras preocupaciones relacionadas con la falta de atención al animal, o con molestias a los ciudadanos.
El cerdo o marrano de San Antón es para algunos símbolo de vida y también de caridad, la que se practica primero para con él, al colaborar todos en su crianza, y después de matado, la suya para con los demás, al servirles de alimento. Aquí tenían y tienen cabida, de modo especial, los pobres y necesitados, pues, en la antigüedad, era con la carne de este animal con la que más se ejercía la caridad. Hoy también es costumbre regalar algo, cuando en las familias se realiza la matanza.
Para otros, sin embargo, el cerdo ambulante y libre por el pueblo es muestra o manifestación de que allí se venera al santo, que estaría en él representado.
Los amantes de la tradiciones creen que sería un buen momento para que, en aquellos pueblos en los que exista ermita o cofradía de San Antón, se piense en la posibilidad de introducir de nuevo esta tradición, que contribuiría a animar la vida del pueblo y de sus habitantes. Al mismo tiempo constituiría un motivo de atracción para los forasteros. El mayor problema lo crearía la despoblación más que la desatención, pues por aquí son muchos los que conocen y aman el oficio. Por otra parte, no le faltaría cobijo, y menos, alimento. Podía pasear o andar libremente, además de por las calles del pueblo, por las tierras próximas al mismo, en donde siempre se encontraría con algo. Lo que sí habría que asumir por parte de todos es que el cerdo de San Antón, tiene que ser respetado, querido y cuidado durante todo el año.