martes, 14 de febrero de 2012

Dulces tradicionales: Bollos de san Miguel.

Caridad López con los cazos de cobre que utilizaba para preparar la masa de los bollos.
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Tenían que bañar los bollos a mano, y uno a uno.
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Lata con los bollos de san Miguel después de salir del horno.
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Los cazos de cobre y la bandeja con los bollos.
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Antigua batidora eléctrica utilizada en la panadería.
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Caridad y su marido Tino en la mesa camilla de su casa con la bandeja de bollos recién hechos.
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Pedro, el que era panadero en Fuentes de Ropel, comprobando el peso con una antigua balanza.
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Varias pesas utilizadas en las balanzas que Pedro tenía en su panadería.
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Balanza de menor tamaño, que también utilizó en la panadería.
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En San Miguel del Valle, pueblo situado al norte de la provincia de Zamora y muy próximo a la ciudad de Benavente, desde mediados del siglo XIX se elaboraron estos dulces, denominados también Bollos Blancos, Bollos de Baño o Migueles. Tal fue y sigue siendo su importancia, además de su antigüedad, que han dado fama y renombre, no sólo a los confiteros, sino también al pueblo en el que desarrollaron su trabajo artesano

Fue precisamente la familia conocida como Los Cachanos quienes se encargaron de ello, y se les puede considerar responsables de su propia fama, de la de los dulces y, como consecuencia de ello, de la del pueblo. El sobrenombre les viene precisamente de ser las cachas de caramelo uno de los productos que más elaboraban y vendían por aquellos años.

Los tres hermanos, Caridad, Teófila y Tirso, heredaron de sus antepasados, concretamente de sus padres Victoriano y Ascensión, nacidos todos en San Miguel, la formula para hacer los bollos y a ello se dedicaron toda su vida, al menos Teófila y Tirso, aunque, como todo confitero, también hiciesen otros dulces. Pero Tirso, de muy joven, se traslado a vivir a Fuentes de Ropel en donde se casó y tuvo 10 hijos. Sus hermanas siguieron en San Miguel. En la actualidad sólo vive Caridad, que reside en Bilbao.

En Fuentes de Ropel hace ya tiempo hablé con una hija de Tirso, Caridad López Santos, tenía entonces 63 años, la única que vive en el pueblo y la que más y mejor conoce la historia de su familia.

-Mi padre Tirso vino a vivir aquí hacia el año 1932, aquí puso su obrador para hacer dulces, entre los que destacaban los bollos. Tuvo 10 hijos, de los que vivimos 9, todos ya de bastante edad. Al morir mi padre, heredó el oficio de confitero mi hermano Joaquín, con quien yo trabaje 18 años. Pero la muerte le vino bastante joven, pues tenía 61 años. Con él se acabó la rama de la familia que elaboraba los bollos conocidos como de San Miguel por ser allí el origen y proceder de allí los artesanos confiteros.

Sin necesidad de hacerle más preguntas Cari, así la llaman todos, sigue contándome más cosas sobre su familia, su oficio y los bollos:

-Pero no piense que fueron mi padre y mis tías Caridad y Teófila, las que inventaron o crearon la formula de los bollos, porque también los hacían mis abuelos Victoriano y Ascensión, en San Miguel, que era donde vivían. Bueno, hacían bollos y otros dulces, pero estos son los que tienen más fama. Es que son muy sabrosos y se vendían muy bien. Además se tardaba mucho más tiempo en su elaboración: Que si la masa y darles forma, que si el baño y el secado, etc. Era muy entretenido.

Por el testimonio de Cari puedo confirmar lo dicho, que a partir de la segunda mitad del siglo XIX ya se elaboran y conocen los bollos.

Se trata de unos dulces, de forma redonda, de pequeño tamaño y de color blanco, debido al baño, cuyos principales ingredientes son harina, azúcar, yemas de huevo, manteca de cerdo y, por supuesto, agua. Todo ello bien mezclado y preparado según la fórmula que solamente el confitero sabía.

-Bueno, dice Cari, la conocíamos todos los de la familia, pues todos trabajábamos en ello, ayudando a mis padres. Como éramos tantos en casa, mi padre, que madrugaba mucho para hacerlos, contaba con nosotros, sobre todo cuando había que bañarlos. Pero la fórmula es algo muy nuestro y por mucho que quieran imitarlos no es lo mismo. Los nuestros tenían un toque especial.

Hay que destacar que por entonces las manos, o utensilios manejados con las manos, eran las herramientas utilizadas. Con ellas preparaban la masa, la extendían sobre la mesa y con unos moldes redondos la cortaban, según la forma exigida por los bollos. Una vez cortados, unificados y debidamente alineados, los colocaban en bandejas de lata para introducirlos en el horno de leña, bien caliente y límpio.

Le pregunto por otros útiles e instrumentos utilizados:

-Teníamos perolas de diversos tamaños, rodillo para estirar la masa, latas o bandejas de hojalata para colocar los dulces, cazos grandes y pequeños de cobre, algunas cucharas de metal y de madera, moldes para los distintos dulces y palas de chapa para coger las latas e introducirlas en el horno. Más tarde, ya en la época de mi hermano, utilizábamos en la pastelería u obrador una batidora y un amasador eléctricos. Pero con mi padre las manos era el principal motor. Con ellas lo hacíamos todo.

Cuando los bollos estaban ya cocidos los sacaban del horno para bañarlos. El baño consistía en una mezcla de claras de huevo y azúcar preparada en una perola de cobre con un batidor de alambre. Antes del batido se calienta un poco el azúcar para que se deshaga. Los ingredientes tenían que tener el debido peso y medida, pues el baño daba un toque especial a los bollos. Se cogían uno a uno y se les untaba con una pluma de ave. Primeramente por un lado y luego se metían a secar en el horno o cerca de él. No necesitaban mucho calor, el horno tenía que estar muy flojo. Se sacaban de nuevo y se les bañaba por el otro lado, procediendo del mismo modo.

-Así hicimos cientos de miles de bollos, sobre todo mis padres y mis hermanos, aquí en Fuentes. Se necesitaban muchas manos y mis padres las tenían. Lo mismo hicieron mis tías y mis abuelos en San Miguel. Fueron muchos años dedicados a ello, concluye Cari.

Su padre y después su hermano, además de bollos, elaboraban otros dulces como los borrachillos, rosquillas de espuma, roscas de aceite, almendrados, bizcochos, hojaldres. Y luego hicieron también obleas, merengue, caramelos y hasta turrón del duro y del blando. Pero la joya y lo que más éxito tenía eran los bollos blancos. Prueba de ello es que era lo que más se vendía.

-Allá por los años de la década de1950 o incluso antes, mi padre cogía el burro, colocaba sobre él las arquillas, una especie de arcas, o cajas pequeñas, a modo de cuévanos, y se iba por los pueblos a vender dulces y, aunque llevaba de todo, lo que más vendía eran los bollos blancos. En aquella época no se empaquetaban, sino que se hacía por kilos, por lo que la antigua romana no podía faltar.

Por lo que me cuenta, su padre recorrió muchos pueblos de esta comarca y de otras más alejadas. De la Tierra de Campos iba hasta Cerecinos, Villalobos, San Esteban y Quintanilla del Molar, etc.; del Sur de León a Valencia de D. Juan, Villamañán, Villafer y Villaquejida, etc., incluso llegó a Laguna de Negrillos y Laguna Dalga, entre otros; y, por supuesto, que vendían mucho en los pueblos próximos a Fuentes de Ropel y San Miguel del Valle: Benavente, Castrogonzalo, Castropepe, Barcial del Barco, Villaveza del Agua, Valdescorriel, etc.; Y siempre con el burro, al menos su padre, porque a su hermano le tocó otra época y utilizaba un coche para desplazarse y llevar los dulces. Además los vendía ya en cajas de medio kilo o de un kilo. Y es que, con el paso de los años, las costumbres cambiaron y las exigencias sanitarias y de otro tipo eran mayores.

También enviaban bollos, al menos los últimos años, a Madrid, Barcelona y Gijón y, por supuesto, a las ciudades próximas, Zamora, León, Valladolid y Salamanca.

En la actualidad, desde hace ocho años, siguen elaborando bollos blancos, además de otros dulces, Pedro Rodríguez Vaquero y su mujer Carmina, los panaderos de Fuentes de Ropel. Y lo hacen a su modo, o si queremos, al modo de Fuentes, no al de San Miguel, aunque trabaje y colabore con ellos Cari, la hija de Tirso. Pero no cuentan con su fórmula, que es algo muy ligado a su familia y que, por respeto a ellos, no desvelará a nadie. Dice que si a sus padres, abuelos y hermano les salían tan exquisitos es porque aplicaban todo en su justa medida y a su debido tiempo. Prueba de ello es la fama del bollo y del pueblo que lo pregona.

Todo esto lo sabe igualmente Mariví, la panadera de San Miguel, que también los hizo durante 14 años, pero lo dejo por falta de tiempo y de mano de obra, no por las ventas o por falta de clientes, que eran muchos.

-No podemos atender a todo, pues tenemos la panadería y hacemos otros dulces que nos llevan menos tiempo. Porque en los bollos hay que tener mucho cuidado y hacerlos bien. Lo más entretenido es el baño, que se hace uno a uno con la pluma o el pincel, procurando que quede todo él bien cubierto, porque de lo contrario, al secarse, pueden aparecer coqueras y no queda perfecto. Y luego el secado debe ser con poco fuego para evitar que se formen grietas.

Compruebo lo dicho. Mariví lo conoce bien todo. Y es que un tío suyo se casó con Caridad, una de las cachanas, la que vive en Bilbao. Ella misma lo aprendió de su tío a quien recuerda yendo a vender dulces, y sobre todo los bollos, con el burro y las arquillas, lo mismo que Tirso, por los pueblos de la comarca.

Me dice que, en la actualidad, además de Fuentes de Ropel, los hacen en La Unión de Campos y que los llaman Miguelines, dato este que nos recuerda a San Miguel y nos confirma una vez más la procedencia del dulce. Lo mismo pasa en Benavente en donde se conocen como Miguelitos. También en Valderas, pero aquí los llaman Bollos del Cautivo, con leyenda incluida. Y los siguen elaborando, actualmente, en otras muchas partes, con el mismo color e incluso la misma forma, pero no con el mismo sabor, aquel que supieron darle los Cachanos, la familia que hace más de cien años creó la fórmula de un dulce que hizo famoso y más conocido de lo que era a San Miguel del Valle, este pequeño pueblo del norte de la provincia de Zamora, muy próximo a Benavente.