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Edificio del Centro de Promoción y Estudios de la Vía de la Plata en Morille.
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Lugar de la exposición de los dulces, y mujeres voluntarias, encargadas de la venta.
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Otro grupo de mujeres que colaboraron en la feria.
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Los visitantes se acercan a los puestos para comprar los dulces.
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Entre la gran variedad de dulces estaban las rosquillas de Santa Mónica de las Madres Agustinas del Convento de la Pasión de San Felicves de los Gallegos, y los panellets de las Madres Clarisas del Monasterio del Sagrado Corazón de Cantalapiedra.
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Varias fotografías de las monjas de algunos de los conventos muestran su vida y su quehacer diario.
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Y en otras se ven los edificios, claustros, iglesia, huerta y demás dependencias de los conventos.
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Santa Teresa de Jesús, una de las imágenes antiguas expuestas en la muestra de arte sacro.
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También pudimos ver a santa Águeda, imagen procedente de la parroquia de Morille, también antigua y de gran valor artístico.
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Dos menorahs o candelabros, un confesonario y ropa litúrgica: casulla y dalmática.
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Hachero con los velones colocados en él.
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Un reclinatorio de uso personal, para arrodillarse. Un muestra de los muchos que llenaban antiguamente las iglesias.
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Cuatro capillas, con santos y vírgenes de gran devoción en Morille y que, seguramente, recorrieron los domicilos de los vecinos del pueblo, en tiempos pasados, cuando lo religioso ocupaba parte de la vida de cada día.
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Atril con libro de misas, himnos y otros cánticos, para la liturgia, durante el año.
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Iglesia de Morille de la que proceden gran parte de los objetos religiosos expuestos. En su espadaña con dos vanos para las campanas, no falta el nido de las cigüeñas que cada año llegan al pueblo anunciando la proximidad de la primavera.
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Dulces y arte sacro es lo que pudimos ver quienes visitamos el pasado fin de semana Morille, este pequeño pueblo de la provincia de Salamanca, que se encuentra no lejos de la ciudad (a unos 15 kilómetros) y en la Vía de la Plata (etapa 10), la antigua calzada romana que, desde Mérida (Emerita Augusta) conduce hasta Astorga (Asturica Augusta). Este solo hecho realza ya a la localidad y es motivo suficiente para detenerse en ella y sorprender con varias cosas a los viajeros. Pero, en esta ocasión han sido los dulces y el arte sacro el motivo de la visita.
1.- Dulces, pero no los fabricados en cualquier obrador, fábrica o pastelería, sino los dulces elaborados por las manos artesanas de las monjas que viven en conventos de clausura de la ciudad y provincia. Eran muchos y variados los que se ofrecían. Entre otros, se podían comprar amarguillos y galletas de anís, de las Madres Dominicas de Salamanca; yemas o avellanitos, de las Benedictinas de Alba de Tormes; perrunillas, bollitos de san Francisco o negritas, de las Madres Clarisas de Ciudad Rodrigo; cocadas, nevaditos de limón, glorias o panellets de las Clarisas del Monasterio del Sagrado Corazón de Cantalapiedra; hojaldres, rosquillas de Sta. Mónica o bocaditos de Sta. Rita, de las Madres Agustinas de San Felices de los Gallegos. Y muchos otros, de los demás conventos, presentes o representados en la Feria. Porque hay que añadir que se trataba de la I Feria de los Dulces de los Conventos que se celebraba en Morille. Estoy seguro de que, ante el éxito obtenido, seguirán celebrándola en años sucesivos.
Y es que los dulces de las monjas, aunque no tengan marchamo o denominación de origen, son considerados por numerosas personas como un producto de calidad. Se piensa casi siempre en quiénes los elaboran y de qué manera. Porque, aunque, en casos concretos, algunos conventos, en cierta medida, se hayan industrializado, otros muchos no lo hacen así y sus dulces son fruto de una elaboración cuidada, totalmente artesanal, lo cual es de del agrado de los ciudadanos.
Está comprobado que, en la actualidad, muchos conventos, sobre todo de monjas, para poder subsistir y atender a sus necesidades materiales, han recurrido, entre otros trabajos, a elaborar productos de pastelería. Saben que con ello, mejor que con otras cosas, tienen el éxito asegurado.
2.- Pero en Morille, no sólo había dulces de las monjas de los conventos, sino también una exposición de obras y objetos diversos de arte religioso, algunos antiguos y de gran valor artístico. Entre ellos varias imágenes, como la de santa Teresa y san Bartolomé; pinturas, libros sagrados y otros útiles necesarios para el culto; dos menorahs o candelabros, utilizados seguramente en la iglesia del pueblo en algunas celebraciones; hacheros para colocar los velones y que nos recuerdaban a los difuntos, los funerales y los responsos; atriles del coro, ropa litúrgica como casullas, capas, estolas y alguna dalmática, etc.
También vimos varias capillas de pequeño tamaño con imágenes de las vírgenes y santos o santas de más devoción en esta localidad. La costumbre o tradición religiosa era que estas capillas estuviesen cada día en una casa del pueblo. Y allí rezaban al santo o virgen, le colocaban velas, hacían sus peticiones, y también le ofrecían donativos. Esta tradición se mantuvo en algunos pueblos hasta hace no mucho tiempo. En la actualidad casi ha desaparecido del todo.
En otra dependencia del Centro una exposición de fotografías nos mostraba, no solo los edificios de los antiguos conventos, sino también escenas de la vida diaria de las monjas: rezando, leyendo, paseando, cuidando su huerta y, por supuesto, en la cocina y junto al horno, elaborando los sabrosos dulces que llevaron a Morille para la exposición, degustación y venta.
La organización de las diversas actividades corrió a cargo del Ayuntamiento y el Centro de Promoción y Estudios de la Vía de la Plata, en cuyas instalaciones se instaló la feria y la exposición. Y contaron con la colaboración de Caja España Duero, algunos bares de la localidad y, por supuesto, con varias mujeres que se encargaron de la venta de los dulces y de informar a los visitantes de todo aquello en lo que estuviesen interesados en relación con el pueblo y los diversos actos que se celebraban.